Hernán Casciari: Cómo hacer una revista para no sentirse jodidamente solo

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Es
el creador de Orsai, quizá la mejor revista cultural en español y «la más
difícil de conseguir del mundo entero». Al menos, eso es lo que dice su
eslogan. Pero Hernán Casciari es además un escritor argentino y un bloguer
famoso que fue capaz de renunciar a todo para cumplir un sueño de pibe. Algunos
exagerados lo consideran un subversivo del mundo editorial: hace una revista
cuando algunos profetizan la muerte del papel y la extinción de la gente que
lee historias. A Casciari, todo eso le parece una pelotudez. Él hace las cosas
porque le divierten, porque quiere tener cerca a los que quiere, porque detesta
la soledad.

Por Joseph
Zárate Salazar

Fotos Macarena Tabja

Imagínalo
por un momento: eres el escritor más leído de habla hispana en Internet. Las
editoriales más importantes se pelean por publicarte y todas tus novelas,
creadas en un blog, se venden por millares. Has ganado varios premios
literarios como el Juan Rulfo que recibiste en París. También han adaptado un
libro tuyo al cine y al teatro, que se ha convertido en la obra más taquillera
de Argentina. Ganas muy bien y en euros. Escribes para diarios prestigiosos
como El País, de España. De hecho, te llaman para hacer guiones de televisión,
escribir alguna columna, dar una conferencia, abrir otro blog.

La
gente te lee, te sigue.
Eres
exitoso. Un tipo con talento.
Un
rockstar de las letras.

Pregunta
incómoda: ¿Serías capaz de mandar al diablo todo eso para sacar una revista
literaria de doscientas páginas, sin publicidad, que te haría perder todos tus
ahorros y que solo tendría el fin de cumplir un sueño que tenías con un amigo
de la infancia?

Hernán
Casciari, el famoso escritor en cuestión, respondió a esa pregunta a finales de
2010, cuando anunció desde su blog que renunciaba a todos los proyectos y
empleos que tenía para crear una revista sui generis, tanto en su propuesta
como en su eslogan: Orsai, la revista más difícil de conseguir en el mundo.

—Las
editoriales me robaban. Sudamericana, por ejemplo, me dijo que se habían
vendido 800 ejemplares de un librito de bolsillo en toda Argentina, cuando solo
en una librería de Mercedes, mi pueblo, se habían vendido 750. ¡Solo en una
librería! También, recibía correos de lectores que decían que no podían tener
mi libro. La industria solo distribuye donde es negocio: México, Argentina y
España. Pero si un salvadoreño o un peruano querían mi libro, se jodían.
Encima, en los diarios cada vez tenía menos espacio para escribir. Me decían
que por la crisis, que no hay publicidad. Estaba aburrido, cansado de tener
intermediarios entre mis lectores y yo. Así que un día me harté y los mandé a
cagar.



Es
una mañana fría de mayo, y Hernán Casciari recuerda todo eso mientras fuma su
sexto cigarrillo del día. Estamos en la azotea del Centro Cultural de España,
en Lima. Hernán ha venido por primera vez a Perú para hablar de Orsai. Es un
tipo grande, robusto y amable, un gordobueno que casi siempre luce igual:
camisa negra, pantalón oscuro sumamente holgado, el pelo corto y lacio, el
morral cruzado en el hombro. Vestirá así el resto de la semana, cuando salga en
entrevistas en la televisión, donde contará una y otra vez la misma historia:
que cómo nació la revista, que cómo se financia, que si es rentable, que de qué
vive.

No
deja de ser curioso que –en plena era digital– cuando la crisis azota a muchos
medios de comunicación tradicionales, provocando el cierre de algunas
publicaciones y la conversión de otras en productos online, este argentino de
41 años, hincha del Racing, adicto a las series, afincado en Barcelona y padre
de una niña de 8, renuncie a su trabajo para lanzar al mercado una revista en
papel cuando todo el mundo dice que la gente ya no lee.

Era
un caso raro de éxito: la primera edición de Orsai, de enero de 2011, vendió
10.080 revistas en todo el mundo, mucho antes de que sus lectores la vieran
impresa. La compraron salvadoreños, peruanos, latinoamericanos viviendo en
Tailandia, en Dublín, en Japón. Sin un centímetro de publicidad, la revista es
financiada y distribuida por los lectores que la compran por Internet. Hoy, con
más de mil suscriptores y 6 mil ejemplares vendidos por edición en todo el mundo,
Orsai es, quizá, la mejor revista cultural escrita en español por la calidad de
sus historias (que son larguísimas) y del diseño.

—No
es que haya una crisis editorial o del papel. Hay unos tipos raros, unos
banqueros, que dirigen los medios y que nos ven como moneda de cambio. No se
desvelan para mejorar el contenido. Piensan, más bien, en hacer un negocio
inmobiliario con lo que les queda.

Para
Casciari, Orsai es una venganza contra ese maistream editorial que subestima al
lector, que lo cree tonto. Aunque también, dice, fue un arma para matar su
propia soledad.
Fuera de juego
En
jerga futbolística, orsai significa eso: ‘fuera de juego’. Inhabilitado para
jugar. Así se sentía Casciari en España, a 12 mil kilómetros de su país, a
comienzos de 2000. En ese año, viajó a París para recibir el premio de cuento
Juan Rulfo, se enamoró de una catalana y se quedó en España, sin dinero ni
papeles. Por un lado, estaba muy feliz y enamorado; por otro, extrañaba
Argentina.

—Abrí
un blog y lo llamé Orsai porque me sentía solo —cuenta mientras se arma otro
cigarrillo—. Allí escribía cuentitos para mis viejos, para cuatro o cinco
amigos que había dejado en Mercedes, gente que extrañaba muchísimo.

Mientras
trabajaba en una empresa de clipping en Barcelona (un trabajo de madrugada que
consiste en preparar resúmenes sobre todo lo que dicen los diarios del día para
algunas empresas), Casciari escribía, durante dos o tres horas libres,
historias breves sobre una familia argentina que tenía problemas de dinero por
la crisis que vivía su país.

—Yo
había decidido dejar de escribir. Tenía treinta años, estaba conviviendo con
Cristina, estaba enamorado, quería ser papá. Así que me dije, basta de
pelotudear con la literatura. Tenés que trabajar.

Nunca
imaginó, sin embargo, que en esos días, esos cuentitos que publicaba en
Internet empezarían a tener gran cantidad de lectores en varios países. Las
editoriales y los diarios, al notar su fama, comenzaron a llamarlo. Aquellos
posts se convirtieron en novelas. Y la historia que sigue ya es conocida:
Casciari comenzó a darse besos con la industria editorial hasta que se hartó de
ella.

Pero
Casciari siempre quiso estar cerca de sus amigos de Mercedes. Por eso, entre
2003 y 2004, convenció a algunos de ellos para que se muden a España y trabajen
con él en la agencia de clipping. «Confieso que era un acto egoísta, para no
sentirme tan solo. Le dije al Chiri, pero no quiso», cuenta.

Chiri
es el mejor amigo de Hernán desde que tenían seis. «Desde chiquitos supimos que
íbamos a ser periodistas o escritores», recuerda Casciari. Leían Unamuno,
Cortázar, Poe. Iban a la escuela, pero jalaban todas las materias por dedicarse
solo a leer y a hacer revistas. Cloacas, NeoGeneris y Kraneo: todas eran
revistas en fotocopias, hechas a mano y que publicaban para su salón durante
los últimos años de la primaria y toda la secundaria.


—Pero
como solo hacíamos eso en la escuela, nunca terminamos porque nos reprobaron
—recuerda Casciari—. Nos resultó muy entrañable que no nos hayan dejado entrar
a Periodismo en la universidad por habernos pasado la vida haciendo revistas.
Al final yo me dediqué a viajar y a escribir, y Chiri puso una librería.

Hasta
que recién en 2008, Chiri aceptó irse a vivir a Barcelona, con su familia, para
trabajar en un nuevo proyecto con Hernán, sin saber cuál era. Alquiló una casa
al lado y se pusieron al día. Luego de algunas noches, entre vinos y porros,
descubrieron que lo que querían hacer era lo mismo que cuando eran chicos: una
revista.

—Esa
misma noche, publiqué mi carta de renuncia a todo en el blog, diciendo que
queríamos hacer eso y nada más —cuenta Hernán—. A mi esposa no le gustó mucho
la idea, pero bueno. Ella ya me había conocido así, medio mal de la cabeza.
Jugar a la revista
Han
pasado dos años y ahora Orsai va por su séptimo número, su segundo año de vida.
Es bimensual y se sigue vendiendo en paquetes de diez para que el comprador
pueda colocar las nueve restantes con lectores de su zona. También está el pdf
de las ediciones que se pueden descargar gratis de Internet (en 2011 se
realizaron 600 mil descargas por cada revista). Incluso ya se está preparando
una aplicación para iPad.

—Unos
pibes de doce años hicieron una propuesta del número cinco de la revista
—cuenta Casciari—. Cuando empecé a navegar en la revista en iPad, yo que soy
nostálgico del papel, me caí de culo. ¡Era algo espectacular! Estás leyendo los
sonetos de Mairal y apretás un botón y escuchás a Mairal leerte los sonetos. O
pasás el dedo por una historieta y aparece un video del artista cuando está
poniéndole color a las viñetas. Es un orgasmo que el papel no te va a dar
nunca… pero te va a dar otros. En verdad, nos estamos divirtiendo como chanchos
haciendo la revista.

—Todo
muy bonito, pero, ¿cómo hace la gente de Orsai para sobrevivir?

—Cada
uno tiene un sueldo, cada uno cobra lo que tiene que cobrar. Sabemos que
vendiendo seis mil revistas nos alcanza para eso. No imprimimos más. Nosotros
ganaríamos si solo hiciéramos la revista para Argentina y México, pero nuestro
capricho es que al nicaragüense también le llegue un ejemplar. Asumimos gran
parte del envío, y si les sumas los quilombos aduaneros… por eso perdemos
dinero.

—En
algún momento será rentable, entonces.

—Nosotros
no hacemos nada rentable. No sé por qué carajo esa parte no nos sale. Lo que sí
sé es que Orsai no es para ganar dinero, es para jugar. De hecho, cuando
lleguemos a un punto de equilibrio, en ese momento dejaremos de hacerlo. No
estamos jugando a eso. Estamos jugando a que dos tipos que se conocen de
chiquitos quieren jugar a algo y juegan.

No
sorprende por eso que también exista el bar Orsai en San Telmo, Buenos Aires.
Un lugar donde los lectores de la revista se juntan. Tonga, el distribuidor que
más vendió en 2011, es el administrador. Comequechu, un amigo de la infancia de
Casciari, hace las pizzas. El pan se trae desde Mercedes. La gente va de
miércoles a domingo por las noches y siempre hay algo: la presentación de un
libro, gente que toca la guitarra, o a veces aparece Hernán en una pantalla
saludando por Skype, desde Barcelona.

—Pronto
vamos a abrir otro bar en Costa Rica, y luego en Barcelona. Con esos tres
puntos queremos hacer un triángulo cultural iberoamericano o una especie de
club de borrachos que leen.

Casciari
se ríe. Dice que no toma mucho. «Prefiero una Fanta en vez de una cerveza». De
hecho, nunca sale de su casa en Cataluña. Le gusta estar en pijama todo el día
y le resulta divertido trabajar de esa manera.

—Hacer
Orsai es divertirme y estar con la gente que quiero, haciendo cosas que quise
siempre con personas que conozco desde que tengo seis años. Cristina, mi mujer,
es la administradora, Chiri es el jefe de redacción, las correctoras son amigas
nuestras del colegio. Verles las arrugas a ellos y cumplir esos sueños que
teníamos cuando éramos pibes… eso es lo que me mueve.

Casciari
apaga el último cigarrillo que le queda.

—Digo,
después de todo, de eso se trata la vida, ¿no?
(Esta entrevista también
fue publicada en la revista Asiasur, de Lima)

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