Ficción: El Eco de tu risa

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Por Alejandro Gómez
Tarde me di cuenta que lo había arruinado
todo. Un error y la destrucción. No recordé que siempre se debe hacer todo bien
y fallé. Siento que el cuerpo me pica, me desespero y camino rápido, entre la
vergüenza y la prisa, intento que todo quede atrás, de olvidarme de todo, de
sacar la rabia contenido puesta en cada paso. Me apresuro por llegar a casa,
siento que el error y la culpa me persiguen. 
 

Subo los mismos 19 pisos de siempre caminando.  Hasta un paro cardíaco duele menos que perder
a esa persona. Si es que la amas. La amas de verdad. Cierro la puerta con el dolor mezclado,
tomo agua y me siento en la tenue división entre la pieza y el resto de la
casa. El silencio se burla de mí, el zumbido de los autos me declara culpable,
la discreta luz de la noche me repite que soy un imbécil, y yo me quedo ahí. Tapo
mi cara con las manos y el olor a cigarro se cuela en mi nariz y me recuerda que
nuevamente te fallé.

Me quedo sentando, perplejo, sumido en el
reflejo de mi estupidez. La casa esta vacía, ya no estás ahí. Fallar no tiene
vuelta atrás y el arrepentimiento es una forma particular de querer que las
cosas sean distintas, el error ya fue cometido; la angustia, la pena y  la decepción sólo ponen el acento a esta
sensación de mierda. Me equivoque y te perdí, punto.  Imbécil, claro, si ahora lloro como niño lo
que cuando pude debí defender como hombre.


Pepi:

En la
casa, todo ahora se ve más grande, todo se siente mucho más profundo. Miro la
cocina y recuerdo la vez que me esperaste con once, o la vez que bailamos Lotus
Flowers, o la vez que sólo nos tapamos con una frazada en el living a leer, las
incansables conversaciones a la hora de once, los días de estudio, los días de
ver películas. ¡Hasta las peleas las extraño! Los días en que escuchamos discos
a la luz de la luna, donde no había palabras, ni gestos, ni nada más que
nosotros dos. Todo lo eché a perder. Y fue infantil de mi parte,  pero aquí estoy, arrepentido, sumido a que me
des una nueva oportunidad, rogándote, implorándote, pidiéndole a Dios tu
regreso, que vengas y me perdones,  que
me des la oportunidad de hacer las cosas bien, como se debe, como deberían ser;
sueno desesperado, hasta los pensamientos en mi cabeza suenan desesperados. El
silencio me vuelve loco, el espacio me vuelve loco. Sólo quiero que entres
nuevamente y desarmarme en tus brazos. Te amo.

No sé cómo decirlo sin rodeos. Te amo, y es
simple, y si algún día vuelves, yo te habré escrito desesperado, una carta
imaginaria. Porque me equivoqué y lo acepto, porque te espero y porque te amo,
porque el eco de tu risa, no se siga burlando, del día que me equivoqué, y me
dejó sin ti.





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