La edad moderna de The Strokes

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Personal Fest culminó con INXS y Calle 13 en su jornada final. Pero el jueves fueron los The Strokes los encargados del sello dorado. Estuvimos ahí para contarlo. Julian Casablancas y cia. deleitaron a 20 mil personas sedientas de rock, bajo un calor insoportable en medio de una tormenta eléctrica. Después del salto, el reporte completo.

 

Por Mauricio Aravena Z
 
Alucinante. Los acoples iniciales fueron físicamente tocables para quien haya asistido al concierto de su vida y haya visto la música envasada con la cual comenzó el aterrizaje sorpresivo de The Strokes cuarenta minutos antes en el Personal Fest 2011. Seguramente la vio y la tocó, y supo que tenía un color neón fosforescente proveniente de los seis focos verticales que sencillamente, contrastaron y aumentaron la potencia que iba a ser expulsada sobre el escenario, breve segundos después con New York City Cops. Si Albert Hammnod Jr. iba a entregarlo todo, créanme que los asistentes lo hicieron elevando el puño y abriendo la garganta en el coro de recién, la primera canción.
 
Todo fue superado. Siguieron con Heart in Cage y posteriormente con Machu Pichu. Qué temón para calentar aún más las cosas. En el escenario la ejecucción fue extraordinaria. Cada cual hizo su trabajo con una humildad que pocas veces he visto en un concierto. Todos los integrantes muy receptivos a la efervescencia que existía en Club Geba San Martin, una suerte de Club Hípico más pequeño pero adornado como un carnaval; incluído un tagadá que en vez de techno se movió al ritmo de Moder Age, canción en la cual se lució Fabrizio Moreti en su batería. Qué entrega, qué resistencia, qué banda por la cresta. Discúlpenme la expresión pero escribo esto escuchando el concierto grabado y me repito cada momento vivido. Lo que ocurre es que no me fue posible perderme un segundo alguno de lo que ocurría en el escenario porque sabía que todo inevitablemente se iba a acabar. Y es justamente lo injusto de todo momento que uno no quiere olvidar: que acabe y todo vuelva a ser como antes.
 
Julian Casablancas no es el maestro de ceremonia. Es en cambio, el rockstar agoviado de todo mientras se pasea por el escenario como perro cansado de ladrar pero que sabe que cuando lo hace, lo hace en serio hasta morder. Como pocos. Y lo hizo cantando carraspadamente genial mientras disfrutaba del coro unísono tipo garra brava de las 20 mil almas que con un “ohh” imitaban los acordes de las guitarras de You only live once para rematar con Under cover of Darkness. En cambio, el encargado de dar las instrucciones que corresponden fue Albert Hammond Jr quién miraba cada tanto a Nikolai Fraiture y Nick Valensi, diciéndoles todo con el pie derecho y la uñeta en la mano queriéndola romper con cada riff. Afortunado el que al inicio del primer bis la recibió en sus manos para no perderla jamás.
 
Con el paso de las canciones me fui acostumbrando al poder de lo que vi. Me acomodé y me tranquilicé por el bien mío y los que estaban en mi entorno; el sudor me bañó por completo y el setlist elegido confabuló para que me mojara aún más. Resumo descaradamente: Is thist it, What ever happened?, Someday, You’re So right, 12:51, Reptilia, Alone Together, Grastisfaction, Automatic Stop, Juicebox y Last Nite. Podría dedicar diez párrafos para describir la efervescencia de cómo el grupo completo hizo lo que sabe hacer. Podría pero no quiero por el bien de Pointzine y la paciencia de cualquier lector. Por el contrario seré breve ante la magnitud que difícilmente volveré a vivir a la espera de Arctic Monkeys en Chile: estuvo la raja y me siento un agradecido de haber estado ahí.
 
Los The Strokes remataron y cerraron con su insolencia acostumbrada el concierto de mi vida con Hard to explain y Take it or leave it. Qué alguien me diga lo contrario pero seré poco profesional para cerran esta reseña que me tocó escribir con lo siguiente: en la edad moderna que nos tocó vivir pocos verdaderamente sobreviven en el intento de trascender. Los millonarios que se jactan de rememorar una época que hubiera querido experimentar, como el sonido garage, lo hacen con conciencia de artista. No bastan las lucas, sino las ganas de crear. Los neoyorkinos lo hacen y creánme, lo hacen en serio.

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