Hasta este domingo 16 de octubre se extendió en la cartelera del Centro Cultural Gabriela Mistral, la aclamada obra internacional Susurrus. Una oportunidad única para vivir la experiencia de pasear por el cerro Santa Lucía siguiendo la narración con unos audífonos en los oídos. Inspirada en «Sueño de una noche de verano» de Benjamin Britten, con un texto que evoca imágenes y atmósferas del clásico de William Shakespeare hizo que Sebastián Fredes fuera a verla. La oportunidad de perdemos un rato en el centro de Santiago, en un cerro y envueltos en nuestra propia burbuja, viene después del salto.
Por Sebastián Fredes
Estrenada el 2006, en el jardín botánico de Glasgow, «Susurrus» sorprende en la cartelera del GAM. Descrita como una obra peculiar, perteneciente al «teatro de la experiencia”, en el folleto de programación se da cuenta del carácter único que tiene este estreno en el país, donde “no hay actores ni escenario y el único espectador eres tú”, se menciona.
Tal cual. Hecha en el Cerro Santa Lucía, al entrar a la obra de David Leddy, te reciben con un I Pod y audífonos, más un par de instrucciones claras en un papel. Como un peatón más, se sube por una de las escaleras hasta llegar a una planicie, donde un letrero señala con el número uno, que esta es la primera estación. Significa, también, presionar play y escuchar atentos.
Parte el I Pod con la voz de un guía, quien hace de apertura y cierre de telón, conduciendo a los paseantes en los cortes de la obra. Cada vez que termina un track y vamos caminando hasta la siguiente estación, se escucha una ópera para relajarse en el viaje. Y habla este señor, tratándonos dulcemente de “paseantes”.
Primeramente, en cada track suenan fragmentos de diálogos sin relación aparente. De a poco se entiende de qué se trata. La creación, grabada por Tamara Acosta, Coca Guazzini y Tito Bustamante, entre otros, es un relato auditivo, como el de un radio teatro, construido a través de varios personajes. La historia se trata de una familia de músicos, llena de recuerdos, pero también llena de karmas, donde el secretismo guarda los peores rencores.
La voz más sugerente es la del joven Robin, hijo de esta familia y protagonista , que nos pone majestuosamente en un papel reflexivo, cómplice, gracias al cual entendemos por qué ésta historia se asocia al lugar en donde estamos. Los árboles, las aves, los niños paseando con sus padres que antes se veían como figuras imberbes y lejanas, ahora también son imágenes socias de las palabras, que, susurrando en nuestro oído, arman un argumento en que la ficción solo funciona con ese trozo de realidad.
La ruta nos lleva por varias plazas, donde el telón de fondo del Castillo Hidalgo, y monumentos del fuerte, son los altos edificios que están alrededor. Al llegar a la punta, termina el recorrido con la estación “ocho”, y escuchamos el final observando las calles de la ciudad, que tan pequeñas se ven desde arriba.