Uno de los mejores directores españoles de la última década empezó haciendo películas por casualidad. Soñó con ser dibujante y músico, pero terminó contando historias de gente común, de familias, barrios, desempleados, prostitutas e inmigrantes. De hecho, Fernando León de Aranoa tiene una máxima: a nuestro alrededor, en las calles, se producen todos los días las mejores historias, las escenas más logradas. Solo, dice, es cuestión de saber mirar.
Un perfil de Joseph Zárate Salazar
Fotografías de Alonso Molina
Que es madrileño, que nació en 1968, que es director de cine, que es guionista, que es escritor, que está considerado entre los mejores cineastas españoles de la última década (su película Los lunes al sol es considerada esencial en la cinematografía española). Que su trabajo ha merecido once premios Goya y una Concha de Oro en San Sebastián. Que hace un mes en Lima presentó Amador, su sexta película, protagonizada por Magaly Solier. Que es licenciado en Ciencias de la Imagen por la Universidad Complutense de Madrid. Que en 2004 fundó Reposado, su propia productora. Y que ha ganado dos veces el premio Antonio Machado de Literatura.
Todas esas cosas se pueden saber de Fernando León de Aranoa con solo teclear su nombre en Google.
Pero de estas otras se sabe un poco menos: que, puesto a elegir, y si tuviera diecinueve, estudiaría Bellas Artes en vez de Cine; que dibuja para distraerse o cuando lo entrevistan; que es fan de Cesar Vallejo; que es amigo de Manu Chao y Javier Bardem; que ha comenzado a filmar un documental sobre Joaquín Sabina; que le hubiera gustado ser músico de punk; y que mientras estudiaba en la universidad no pensó ni una sola vez en hacer películas porque lo que quería, realmente, era dibujar retratos de gente desconocida.
Es de noche y la biblioteca del Centro Cultural de España, con sus estantes y sillas de madera, es un refugio contra el frío en las calles de Lima. Fernando León llegó los primeros días de agosto como director invitado del Festival de Cine para presentar Amador (2010), su última película. Y está cansado. Lleva varios días promocionando la cinta y no ha parado de dar entrevistas o posar para las fotos con ese look desfachatado que lo semeja a un montaraz salido de las ficciones de Tolkien: más de un metro con ochenta de estatura, el cabello largo en una coleta, la barba entrecana, jeans desgastados, arete en la oreja izquierda, cejas pobladas de gitano. “Esto de presentar películas es duro. No me vendrían mal unas cortas vacaciones”, dice el cineasta sonriendo, mientras dibuja personitas en un volante que alguien le dio a la entrada del Centro Cultural.
—Dibujas todo el tiempo, Fernando.
—La mayoría de veces. Es como una terapia para relajarme.
—Si quieres puedes dibujar algo mientras hablamos.
—Claro. Te hago un monigote si queréis, y te lo regalo al final. ¿Vale?
De chico, León de Aranoa solo quería dibujar
Ninguna otra actividad lo apasionaba tanto. Dibujar y dibujar. Y de vuelta, dibujar. Paisajes, historietas, pero sobre todo, retratos. “Al cumplir diecinueve años, ya lo tenía decidido: iba a estudiar Bellas Artes, quería ser artista”, recuerda el español. Pero el guión de su vida, como en las películas que filmaría años después, daría un giro inesperado: un error de matrícula en la Universidad Complutense de Madrid hizo que acabara estudiando Cine.
—Estaba enfadado con el mundo. No quería ser cineasta de ninguna manera –cuenta Fernando (sin resentimientos), mientras se dibuja a sí mismo sobre una hoja de papel–. Había pasado el verano preparándome para el ingreso, haciendo carboncillos de lo que más me gusta, la figura humana. Protesté mucho, pero me dijeron que esperara al año siguiente.
No quiso esperar. Y, sin ninguna convicción, estudió Cine con la esperanza de cambiarse de carrera luego. Por suerte, para calmar esa ansiedad por el dibujo, Fernando consiguió su primer empleo en una agencia de publicidad haciendo ilustraciones para prensa, bocetos y storyboards para campañas.
Entonces, descubrió la escritura. Sucedió en un curso pequeño de guión de tres semanas, en un local ubicado arriba de un garaje. “Un buen amigo me llevó y fue como un flechazo. Salí de allí con unas ganas increíbles de escribir”, recuerda el director. Como sucede a veces, una pasión desplazó a la otra. De pronto, León de Aranoa dejó de dibujar, renunció a la agencia de publicidad y comenzó a escribir cuentos y relatos breves. Más tarde, sería guionista desintonizados shows televisivos y series españolas. Aunque, finalmente, sería en el cine donde volcaría esa urgente necesidad por contar historias.
A los veintiséis años, León de Aranoa debutaría tras la cámara con Sirenas (1994), un cortometraje premiado en varios festivales de España. Pero no sería hasta rodar Familia (1997) –su opera prima, ganadora del premio Goya por Mejor Dirección–, cuando fue reconocido como una promesa del cine español. Y se cumplió. Hoy, con solo cinco películas y un par de documentales bajo el brazo, León de Aranoa es uno de los cineastas europeos más talentosos de la última década, por retratar dramas cotidianos de gente común con una sensibilidad que recuerda al cine italiano de los años cincuenta y sesenta, la época del neorrealismo y la comedia italiana. El cine como retrato del ser humano: generoso y crítico, tierno y ácido.
—Como me pasa con el dibujo, también me interesa hacer retratos usando el lenguaje del cine. Me interesa la naturaleza humana, entender cómo somos, cómo el hombre es un bicho muy particular que es capaz de lo mejor y de lo peor, incluso en un mismo día. Eso me parece interesante y digno de ser contado en las películas.
No sorprende, por eso, que en el cine de León de Aranoa el protagonista pueda ser cualquiera: una familia (Familia), tres chavales de vecindario (Barrio), una pandilla de tíos desempleados (Los lunes al sol), dos putas (Princesas), una chica migrante (Amador). Lo importante, dice, es mostrar lo extraordinario que está escondido en sus historias. Y que casi nadie se detiene a mirar.
—A nuestro alrededor se producen todos los días las mejores situaciones, las escenas más logradas. Los actores que nos cruzamos en la calle, en las escaleras, interpretando a ejecutivos, vagabundos, jubilados y amas de casa, son los más naturales en su papel.
Para Fernando León, la realidad es una peli de bajo presupuesto: se proyecta todos los días alrededor nuestro. Y para verla no hace falta entrada. Solo, dice, hay que saber mirar.
De hecho, por eso, él nunca escucha música cuando anda por la calle.
—Nunca entendí a la gente que va por la calle con audífonos. Creo que siempre debes escuchar, estar atento a lo que pasa a tu alrededor. Alguien que escribe películas nunca debe perder eso, ni dejarde asombrarse ante las cosas: esa capacidad que tenemos todos a los ocho o doce años, pero que luego vamos perdiendo. El día en que creassaber todo sobre la vida, estarás perdido.
Afuera sigue la noche y el frío es más intenso. En una o dos horas más, León de Aranoa estará sentado en una mesa de La Noche de Barranco, un conocido pub limeño, bebiendo cerveza con unos amigos y disfrutando de un concierto. Pero, ahora que ya acabó de dibujar y solo quedan dos minutos de entrevista, el director español dice que el cine es también una forma de acercarse a lo que nunca pudo ser: un músico.
—Solo soy un musicólico. Tengo cientos de discos, desde el rock más radical e impresentable hasta algo de jazz. Aunque, la verdad, me hubiera gustado tener discografía en vez de filmografía.
Tal vez, por eso, a Fernando León no le queda más remedio que trabajar estrechamente con los músicos que participan en cada una de sus películas.
—Me encanta el lenguaje de la música porque apela directamente a las emociones. En una película puedes desarrollar una idea en varias horas, pero un músico en solo tres minutos puede poner todo el mundo arriba. Eso, debo confesar, me da un poco de envidia. Es un lenguaje que no alcanzo a comprender.
Gracias a eso, han desfilado por sus películas renombrados músicos y bandas españolas como Lucio Godoy (creador de la banda sonora de Los lunes al sol y Amador), Mano Negra, Extremoduro, Hechos Contra el Decoro, e incluso Joaquín Sabina (de quien viene alistando un documental sobre su música). No obstante, sería Manu Chao con quien tendría una de las experiencias más interesantes. La historia de Me llaman calle, la canción principal de Princesas (2007) y ganadora del Premio Goya por Mejor Canción, lo dice todo.
—Una noche invité a Manu a mi casa para que viera el montaje de la película. Cuando terminó de verla, cogió la vieja guitarra que tengoy empezó a escribir algo en un papel. A las tres horas, abrió su bolsa, sacó un micrófono, lo enchufó a un ordenador y grabó la canción susurrando para no despertar a los vecinos. Creo que empezó a eso de las diez de la noche y para las cinco de la mañana ya tenía la canción. Cuando la monté encima de la película, simplemente era perfecta. ¡Y la compuso allí mismo, con mi guitarra!
—¿Entonces supongo que también tocas?
El cineasta, guionista, escritor y dibujante español duda un segundo. Y sonríe.
—Muy poco, la verdad. Nunca tuve talento. Por eso hago películas.
*Este perfil fue publicado en la revista Bash de Perú. Agradecemos tanto al autor, Joseph Zárate, como al fotógrafo, Alonso Molina, por permitirnos publicar este texto y estas fotos.
Entretenida entrevista. Sabía poco de Fernando. Me pareció interesantísimo.