Columna Diego Salinas: “Tostado, disco neoyorkino pero callejero”

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Todo primer acercamiento a cualquier instrumento musical implica tomar ciertas decisiones. En primer lugar, ¿es completamente satisfactorio escuchar ese instrumento siendo ejecutado por otros o además es necesario aprender a ejecutarlo? No me imagino aprendiendo a tocar la tuba, pero sin duda que es un instrumento hermoso y que vale la pena escuchar con detención en cualquier orquesta. En segundo lugar, y en el supuesto de que la pregunta anterior haya sido respondida y se haya optado por aprender a tocar ese instrumento, ¿cómo aprender? Esta segunda pregunta es fundamental y de una dificultad mucho mayor que la primera, pues define la personalidad que el instrumento asumirá en las manos del ejecutante –sí, los instrumentos no tienen alma, aunque algunos de ellos casi engañan-. Para dar el siguiente paso, me parece atingente hacer una distinción. A mi juicio, existen dos tipos de músicos, aunque ellos no sean del todo excluyentes (se puede partir como uno y terminar como el otro).

4575819061_52a593347f_zFoto: Felipe Trucco (trucco.cl)

Por Diego Salinas

Los “músicos de estudio” o “de sesión”, por regla general, pasan largos años estudiando teoría musical, composición, arreglos musicales, improvisación y destinan muchas horas al día a practicar. Siguen esquemas o convenciones preestablecidas de conocimiento de los instrumentos, por lo que llegan a convencerse de que cada uno tiene un espíritu propio y que, por tanto, el deber del músico es ensalzar o engrandecer las virtudes del instrumento para que, a través de la ejecución perfecta, el auditor pueda acercarse en algún grado a la esencia del instrumento musical. Es por ello que los músicos de sesión saltan sin tropiezos de un estilo musical a otro; pueden acompañar a un intérprete de boleros un día y, al otro, participar en la grabación de un disco de metal.

Por otra parte, existen los “músicos autodidactas” o, como prefiero llamarlos, “músicos de calle”. Aprenden aspectos elementales de la ejecución particular del instrumento (básicamente, cómo construir acordes) y el resto es ensayo y error. La diferencia radical entre un músico de calle y uno de estudio, es que el primero “instrumentaliza” el instrumento musical (la redundancia cumple la función aquí de mostrar como casi obvio algo que no lo es). Como partí señalando, las categorías presentadas no son absolutamente excluyentes, pues algunos músicos parten estudiando, bajo la creencia de que la dedicación completa a la música lo exige, y terminan abandonando sus estudios para pasar más horas componiendo.

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Alejandro Gómez, guitarrista y vocalista de Perrosky, es uno de esos casos. Se vino de Copiapó a vivir a Santiago, comenzó a estudiar música en la Escuela Moderna y se dio cuenta al poco tiempo de que no estaba en el lugar correcto. “No entendía nada de los ramos teóricos. Las primeras canciones de Perrosky nacieron en esos ratos en que me ponía a estudiar y decía ‘prefiero tocar la guitarra que estar viendo corcheas’, y salía una canción con la que quedaba más conforme. Me daba lo mismo sacarme un dos al otro día. Quedaba lleno acá (en el pecho)" (musicapopular.cl).

El músico de calle cree, más bien, que son las canciones las que tienen vida propia, no los instrumentos. Siempre me ha llamado la atención, en todos los discos de Perrosky que he logrado escuchar, que se aprecia un cuidado absoluto en no intervenir en aquello que la canción quiere expresar. Es un ejercicio difícil, pues, por una parte, existe la creencia de que la expresión más íntima y sincera se materializa en la música y que la personalidad propia se traspasa al instrumento pero, por otra, se trata de respetar el espacio que utiliza la canción como ente autónomo. Tostado (2011) no es la excepción.

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Foto: Los Galgos

El dúo chileno, quienes estarán en el Primavera Sound 2011 (España) luego de más de diez años de aprendizaje, tanto en Guiso (banda previa y paralela del dúo) como en Perrosky, ya han desarrollado una forma de componer, de tocar en vivo y de registrar canciones. Ciertamente, esta placa reviste mayor profesionalismo y, en ese sentido, es un gran paso que estaba pendiente en su carrera. Lo grabaron en New York en un par de semanas junto a Jon Spencer, un influyente productor del rock y del blues actual y, a pesar de su breve duración (tiene sólo 8 tracks), el disco muestra un exhaustivo trabajo de arreglos y de producción, incorporando nuevos instrumentos como teclados, contrabajos y vibráfonos. Destacan No Pidas Nada (con un sonido que rememora los inicios del rockabilly tipo Gene Vincent), Luz (recoge las fuertes influencias del gospel que subyacen en gran parte de las canciones de la banda), Síguenos sin pensar y Sigo esperando, las que vienen a incrementar el repertorio de canciones que tanto gustan en vivo de la banda, por la energía libre que generan y la interacción no forzada que se produce con el público.

PERROSKY – En La Linea by Algorecords

Alejandro Gómez toca sentado, generalmente sin uñeta y sin efectos de guitarra. A su hermano Álvaro (baterista) pueden verlo manteniendo de forma inquebrantable un pulso, concibiendo matices que, aunque la guitarra no cambie su dinámica, pueden variar la expresión de la canción de forma natural y, al mismo tiempo, golpeando un platillo con una maraca. Es un show extremadamente sencillo, pero que llena todos los espacios.

En un mundo en el que las expresiones “industria musical” y “hago discos para ganar plata” dichas en público pueden sacar risas porque suenan a chiste sarcástico, bandas como Perrosky tienen una gran ventaja: son de esos grupos que te gustan más en vivo. Suenan natural y simple, invitan al público a participar, ya sea con las palmas, con los zapatos o cantando un par de versos que se repiten durante toda la canción (casi como si fueran cánticos religiosos tratando de parir almas) y le permiten a las canciones manifestarse libremente. En este sentido, es casi imposible repetirse el plato en sus shows.

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