A pocos días de la 30° de la Feria Internacional del Libro de Santiago, entrevistamos al autor «Bernardo» e «!Independencia! Siete crónicas históricas», pero no hablamos sobre la Historia de Chile. La aguda visión de Alfredo Sepúlveda recae del actual contexto literario chileno, clavando sus dardos en la propuesta del Fondo del Libro, la inexistente «nueva narrativa chilena» y la sucesión generacional de la mítica, Zona de Contacto.
Por Mauricio Aravena Z
Como académico de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, Alfredo cumple su jornada entre clases, escribiendo todo el día, recibiendo correos con ese constante sonido del Outlook, realizando un par de conversaciones por Skype y twitteando desde su iPhone cuando no está en el segundo piso del edificio de Alameda. Entre una cosa y la otra, se relaja comiendo galletas Frac clásicas y una lata de Coca-cola normal. Oportunidad ideal (gracias los efectos de la cafeína y el azúcar) para conversar con el lúcido periodista que, sentado cómodamente en su escritorio, responde rápido y punzante como escritor.
Mentira por verdad
Con tus libros Bernardo e ¡Independencia! ocupaste herramientas del periodismo durante la investigación.
Sí, pero es un reporteo sin seres humanos. Aunque Bernardo involucró más entrevistas a historiadores a quienes les pregunté cosas que no sabía. En Independencia no tanto, fueron más fuentes documentadas. Pero en el primer libro fue un trabajo de chequear cosas que están en documentos, pero con cierta incredulidad periodística, buscando personas u otros documentos que pusieran en duda la información. Por eso creo que Bernardo es un libro con mucha duda, escepticismo, lo que yo llamo «especulación informada».
Cuando comenzó la investigación, preparaste una lista con todos los mitos sobre Bernardo. Cuando lo terminaste gran parte de éstos fueron resueltos, pero dentro de la especulación informada estaba por ejemplo, la homosexualidad del personaje
Creo que ese mito está descartado. Era muy díficil en la época saber ese tipo de cosas; si en los 60 era un tabú, en 1810 no existe. Busqué chequear eso y la verdad era que no había nada serio, documental, ni siquiera un comentario tangencial. Pero hubo otros mitos que tomé que no fueron gratis, tuvieron una base: por ejemplo su condición de hijo ilegítimo; quería saber si de alguna manera lo había predispuesto para su actividad pública, cosa que no ocurrió; el mito del O’Higgins como un gran guerreo, quien en realidad fue más político que militar; o el mito de Padre de la Patria, en condiciones que hubo más «padres de la patria».
Foto: Pointzine.com
“Un escritor que es malo y publica, no tiene mucha más vuelta, es difícil que reincida. En el mundo electrónico puedes publicar, republicar, darle en el clavo o no y quedarte en eso para siempre.”
¿Cómo llegas al nivel de exactitud en la investigación que obtienes en tus libros?
Hay mucha bibliografía que está escondida en la Biblioteca Nacional. Utilicé, por darte un ejemplo, el clásico libro de Ricardo Donoso sobre Ambrosio O’Higgins. Con Ambrosio ocurrió un caso particular, porque chequeé un dato a través de una fuente completamente independiente, a través de internet; un tipo de Australia que construye la genealogía de su familia y cuenta la historia del patrón que Ambrosio tuvo en Irlanda. Ahí me di cuenta de que la persona que firma el título nobiliario de Ambrosio en Irlanda, estaba relacionada con la gente con la cual Ambrosio trabajó en su juventud. Eso no lo pudo hacer Donoso, que escribió su libro en la década del cuarenta.
¿La finalidad de sacar dos libros históricos apunta exclusivamente a la coyuntura del Bicentenario?
Claro, apuntó a ese mercado. Lo que pasa es que antes había tenido una novela que le fue mal, Muchachas secretas, y ya quería comenzar a vender libros. De hecho, Planeta terminó liquidándola en un pack con libros de Osho, con todo el respeto del mundo para Osho. Entonces tuve un racionamiento bien frío al buscar una audiencia medianamente informada que leyera un texto de 400 páginas; luego pensé cuál era el personaje más popular y menos conocido, y llegué a Bernardo O’Higgins. Pero técnicamente fue un desafío interesante.
Entonces decides dejar la ficción y apuntar a otro mercado.
Estaba medio aburrido de que no me leyeran, de lo que había pasado con Muchachas. Yo empecé a publicar muy chico, con alto impacto, altiro. Parece que me mal acostumbré porque nunca me autoedité; tuve la suerte de ser leído por muchos muy cabro: a Sangre Azul, mi libro de cuentos con hinchas de la U como personajes, le fue muy bien. Ahora, esto de publicar es un control de calidad, porque el estándar siempre va ser más alto que escribir un diario de vida. Entonces hay que hacerlo bien. Por otro lado, el mercado chileno de ficción hoy está destrozado. Álvaro Bisama debe ser, si no me equivoco, el último autor nuevo. O Jorge Baradit. No me refiero al circuito de autoedición, que lamentablemente no tiene tanta llegada. Me refiero al circuito de las librerías, las editoriales, de la prensa. Ahí no hay autores nuevos hoy: no se lanzan, la gente no está comprando autores de ficciones nuevos porque no hay.
¿A qué crees que se debe?
Durante muchos años, incluso después de los 90 se publicó mucho y se vendió muy poco. Entonces como les fue mal, decidieron no sacar nuevos autores. Es el funcionamiento del mercado, simplemente.
Al publicar Bernardo e ¡Independencia!, de alguna manera te «casaste» con el estilo de historia novelada, ¿de qué será entonces tu próximo libro?
A veces me dan ganas de volver hacer ficción, pero no sé. De ser histórico, me gustaría que fuera de otra época, más contemporánea. Originalmente Independencia iba a ser un libro con muchas historias de la Historia de Chile. De hecho, tengo una investigación sobre Perón cuando lo echaron de Chile por espía, antes de ser «Perón». Pero encuentro que los libros tienen que tener, aunque sean una antología de cosas, algo que los una. El ladrillo tiene que significar algo. Por eso lo hice con la independencia como tema. Pero no he empezado todavía a escribir algo nuevo: creo que un par de años es un buen espacio entre libro y libro.
Zona de escritores
¿Crees que existe la sucesión generacional de la Zona en los actuales magazine digitales?
No conozco realmente bien ese mundo. Desde mi experiencia, te puedo decir que nosotros estábamos en El Mercurio, un porta aviones, en el mejor de los mundos para publicar. Éramos chicos, hacíamos relativamente lo que queríamos y nos pagaban. Y todos los que participábamos éramos distintos al diario. Yo entré por la ventana, nunca hice la práctica. Me gustaba escribir y me llevaron a la Zona por eso. Era un mundo de poder, el Mercurio es poder en la sociedad chilena. Éramos la cola de ese poder, pero eso bastaba para funcionar con tranquilidad: realmente se trataba de hacer bien la pega, no teníamos otra preocupación. No sé si existe ahora una caja de resonancia como la que tuvimos, claramente no está la plata y no sé si exista el poder, pero esto no quiere decir nada. Aunque si te fijas, todos los integrantes de las generaciones literarias han sido parte de los medios importantes. En cambio hoy, no veo una generación literaria participando en un diario, si no más bien una generación periodística, como ocurre en La Tercera. Tampoco hay cuentos en los medios, creo que el único que los publica en el mundo es The New Yorker y acá en Chile fue la Zona.
También tuvieron el apoyo de una editorial como Planeta, que en el tiempo de la Zona les dio el espacio con la publicación de «Cuentos con Walkman» y «Disco Duro».
Ahí Planeta tomó lo que había e intentaron crear la nueva literatura chilena. Duró bastante, cerca de cinco años. Fue un trampolín que algunos aprovecharon. Pero insisto que si no tienes presencia medial es muy difícil que ocurra algo; hay que transformarse en una suerte de voz para la sociedad. Por ejemplo, Pato Navia es una voz, pero no es escritor y pero por los cojones que tiene para hablarle al poder, por lo que se mete en el cuento, parece que lo fuera. Por eso soy amigo de Álvaro Bisama, de Jorge Baradit, de Pancho Ortega: creo que ellos, en su demencia ucrónica, en su revisión del comunismo noventero, o en libros como “Cien” recuperan aunque sea un poco el rol del escritor que tiene algo que decirle a la sociedad. No digo que exista la obligación de ser “social”, digo que no veo hoy un Mario Vargas Llosa que esté tomándole el pulso a la sociedad chilena y diciéndolo con elegancia, arte y cojones. Hoy las voces sociales más destacadas están entre los sociólogos, observadores sociales, cientistas políticos; en cambio los escritores perdieron el terreno. Tal vez por las políticas de fondos concursables: cuando el Estado te da cariño, es muy difícil criticarlo.
Foto: Pointzine.com
¿Qué pasa entonces con Jorge Baradit y Francisco Ortega?
Hay una insatifacción constante con el ahora, y eso tienen los dos, hablando desde la ucronia de que las cosas fueran distintas. Pero por lo general la literatura chilena se fue para adentro, incluyéndome, y no somos comentaristas visibles de nuestro hoy. Somos menos Hemingway, menos Vargas Llosa, menos Dostoievsky, de lo que podríamos ser.
¿La generación de la Zona tenía esa postura que hoy se perdió?
No. La zona era más punk, se movía por el ego, pero de crítica social, nada. Aunque también tuvo lo propio; gracias a Cuentos con Walkman se incluyeron temáticas sociales que jamás en El Mercurio iban a entrar. Pero no era tanto por lo que se escribía, sino que la postura siempre fue inclusiva. Un ejemplo: estuvo Mauricio Redolés, que era comunista, viejo y bigotudo. Y como editores, con Bianchi, nos interesaba su presencia en la Zona. Lo que más nos importaba era que los textos fueran honestos.
Tener una opinión a partir de géneros, como la ciencia ficción, el terror, en tu caso en la «historia novelada», permiten estar en una trinchera para realizar esa crítica de la que hablas ¿Pero tú estás realizando el trabajo de observador social?
Concientemente no. Me gustaría, pero no. Es que no resultan las cosas si uno las piensa tanto. Pero ¿por qué no vuelve a aparecer un Neruda? Como que siempre estamos jugando en el margen. Por eso no me llama la atención que el Nobel se lo haya ganado Vargas Llosa, el gran escritor latinoamericano. Conversación en la Catedral lo tiene todo: es la gran novela latinoamericana. Como él, yo no tengo ese coraje, lo que hago simplemente es ver las cosas de una manera tangencial a través de la historia.
¿Y por qué la literatura chilena se retiró de la esfera pública?
No lo sé. Supongo que tiene que ver con cómo son las generaciones de escritores. Nosotros no estamos dentro del baile. La literatura funciona como un fantasma, te dan ganas de pasar sin que nada te toque. Inconscientemente es muy difícil criticar al poder si te está financiando, y si no hay mercado, ni libros, ni escritores nuevos. El Estado actualmente sostiene la literatura y en eso hay una trampita: el Fondo del Libro jamás va producir un Vargas Llosa; y lo peor es que probablemente exista, y se debe estar amargando porque no se lo ganó. O se lo ganó y va a producir algo sin demasiada garra.
¿Entonces por qué está la ausencia de esta crítica, en los que ahora están publicando?
No sé.
¿Y en tu caso?
Tengo 41 años y me siento ahora capacitado para meterme en algo así, quizás en una novela más cojonuda. Pero no sé, supongo que no tengo el modelo de vida que han tenido los grandes escritores. Todos, en general, tienen una vida personal muy desastrosa y no sé si la literatura los lleva a vivir así, o la vida que tienen les da el material para escribir. Yo en cambio, me considero un escritor profesional. Pero escribir la Gran Novela requiere un sacrificio personal grande y no sólo en tiempo, sino en experiencias de vida… a menos que seas capo para mentir y ganes con técnica. Yo no puedo. No es tan fácil encontrar algo que decir.
¿Poca ambición tienen los escritores?
Hay re poca en realidad. Bolaño es un buen ejemplo de lo que te digo, él murió en la suya, sacrificándose para escribir y le fue bien al final. No sé si me gusta tanto estéticamente, pero no puedo negar que fue así. Ah, y está Rivera Letelier, que no me gusta mucho en términos estéticos, pero sí jode en sus libros. No es una “voz” a la que los diarios recurran, y es una lata. Claro que se mandó una tremenda carta cuando sacaron a los mineros. En fin. Pero cómo no se están publicando ficciones, no sabes lo que viene después de los consagrados de ahora. En ese sentido son interesantes los medios electrónicos, pero les falta el prestigio de los medios grandes.
Los bloggeros no son participantes del mercado tradicional del libro, pero sí hacen lo propio en formato digital, ¿por qué entonces el foco de la nueva narrativa no apunta hacia ellos?
Por la siguiente pregunta: ¿cómo se prueban? Un escritor que es malo y publica, no tiene mucha más vuelta, es difícil que reincida. En el mundo electrónico puedes publicar, republicar, darle en el clavo o no y quedarte en eso para siempre. El formato tradicional tiene algo que no tiene internet: el prestigio y el impacto. Todos los que publicamos en mi época en la Zona sintieron lo que significa ser editados: ¡que además otro fulano se meta en los textos y los cambie!. Con eso lo “artista” que podía tener uno… no sé, se ponía más humilde y aprendía.
En cambio a los bloggeros, ¿cómo llegas a ellos? ¿Habrá cambiado el funcionamiento de los públicos? Yo creo que el público quiere y necesita que le digan a quién leer. ¿Quién lo hace ahora? El boca a boca no sé si funciona online: Yo creo que no. Pareciera que sí, por las redes sociales, pero no veo alguien que haga el crossover hacia el mundo tradicional por causa de redes sociales. Analiza cualquier betseller: todos nacen por el boca a boca.
¿Podrá esta nueva generación bloggera tener alguna similitud con la de la Zona?
No estoy de acuerdo con la apreciación de que haya existido una generación de la Zona; creo que existía la necesidad de juntarse. No éramos sociales, no militábamos en partidos, no éramos considerados intelectuales, y tampoco lo éramos, por lo tanto no sé si éramos una “generación” como la que me planteas. Nosotros comíamos pizza, nos juntábamos, y era sano vernos cara a cara de vez en cuando. No debatíamos cómo cambiar el mundo, pero siempre había una idea menor, literaria, algo que tenía que ver con observaciones sociales o personales dando vueltas, y reunirnos permitía desarrollarla. Me da la impresión que los cabros jóvenes piensan que un escritor es alguien que se entierra y escribe. Eso es imposible, siempre necesitas un mundo que te esté alimentando, amigos de los cuales sacar personajes u obsesiones del pasado. Eso tiene un valor. No sé si exista en el mundo online, no sé si hay un catalizador. Alberto (Fuguet) en cierto sentido llenaba esos zapatos en mi época de joven, más que porque tuviera un estilo al que imitar, por su instinto de comentarista social, de gran observador: él tiene algo poco común: se fija en dos o tres cosas: una noticia, un tipo de ropa, una canción, y describe una tendencia con eso… y le achunta. Y eso daba tema para conversar, y los temas para conversar generaban ideas para escribir, y las ideas para escribir generaban cosas escritas. No sé si ustedes tengan eso. Ojalá.
Habla como escritor: le encanta escucharse.
este compadre está perdido, que se de una vuelta por las editoriales independientes, hay toda una nueva generación de escritores que ya tienen libros publicados, posterior a la de bisama y ellos…y probablemente aún más intereante.