“Formas de volver a casa”, la novela sin hojas ni raíces de Alejandro Zambra

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      Zambra lanzó «Formas de volver a casa» y el auditorio de la universidad Diego Portales se llenó. Un centenar de personas estaban ansiosas por tener en sus manos la tercera novela del autor de Bonsái, quien no publicaba por Anagrama hace cuatro años. Más o menos lo que ocurrió, acá. 



    Entonces iba caminando y me encontré con que Alejandro Zambra lanzaba su libro “Formas de volver a casa”. Lo lanzaba en la Diego Portales, en Vergara 240. Y entonces yo llegaba justo a la hora como debe ser, pero el lanzamiento partía 20 minutos después, como debe ser (para esperar a los que llegan a la hora que no debería ser). Y me senté adelante, de los primeros, al lado de un señor (unos 50 años) que conocía a la señorita que estaba atrás (unos 27 años), y yo en algún  momento me imaginé que tenían una historia sexual escondida, pero traté de sacarlo de mi cabeza porque me imaginaba escenas sórdidas, sucias, llenas de látex. No conté que cuando iba entrando me encontré con Raúl Zurita -quien también llegó a la hora y también se sentó de los primeros-, y pensé en saludarlo pero después me pregunté ¿qué le voy a decir? Entre verlo y saludarlo no hay mayor diferencia, así que pasé y me senté (al lado del señor de unos 50 años). Me llamó la atención la cantidad de gente que había (mentira, me esperaba el auditorio completo).

Entonces empezaron a gritar cosas como en el colegio unos cabros que estaban atrás, nada que pudiera ser descifrable excepto para ellos. Y la sala tenía un tenor físico-estético súper marcado: las chicas eran bonitas, jóvenes, con los ojos brillantes y las sonrisas blancas. Y los hombres éramos feos, opacos, pocacosa. La sala llena tenía también a Rafael Gumucio y a Alberto Fuguet. Yo soy fan de Fuguet. Soy fan porque cuando iba en tercero medio leí Mala Onda y fue el primer libro que no pude soltar. El primer libro que leí en la micro. El primer libro que leí sin que me obligaran. También estaba David Ponce, que es uno de los 5 periodistas chilenos que admiro. Seguramente había mucha más gente interesante y conocida que yo no conocía.


La puesta en escena fue más bien austera: dos sillones rojos, dos mesas bajas (estilo de centro), dos agua mineral con el logo UDP. Y llegó primero Alejandro Zambra (que debería ser el centro de lo que estoy escribiendo) y se dio unas vueltas por la sala, como reconociendo el lugar, como nervioso. Con una camisa de mezclilla, unos pantalones verdes (quizás grises), unos zapatos gastados y una mochila roja –escolar- que colgaba de su espalda sin ganas. La mamá de Zambra estaba en la primera fila. Zambra hablaba con ella. Me imagino para sentir de alguna forma lo que ella sentía. No sé. Detrás llegó Alejandra Costamagna.


Alejandra Costamagna:

                Hace algún tiempo (imposible precisar) veía y veía fotos de Alejandra Costamagna. Me gustaba. Me gustaban (gustan) sus libros. Odiaba cuando decían: Costamagna, Guelfenbein, Allende, Maturana en el mismo discurso y/o párrafo y/o frase. Me imaginaba que alguna vez me la iba a encontrar en la Qué Leo, y la iba a mirar. ¿Qué diferencia habría existido si la hubiera saludado? ¿Qué le hubiese dicho? Nada. Alejandra Costamagna dijo la frase que le da título a este texto: “El primer libro sin raíces ni hojas en su título”, en medio de un discurso que comprimía lo que es Zambra como escritor y, por consiguiente, cómo son sus libros. En realidad no sé si lo de las ramas y las hojas fue tan así. Pero la idea anda cerca.


Alejandro Zambra:

            Alejandro Zambra leyó Formas de volver a casa durante 12 minutos. Desde el principio. Con un tono pausado, el tono de alguien que ha leído centenas de veces lo que está entre sus manos. Con el ritmo y las pausas necesarias en cada punto, cada coma. La historia es algo que desconozco casi totalmente. Lo que sé: está ambientada en los 80, parte con una escena en donde el terremoto del 85 es protagonista. La voz es de un niño. Me imaginé a un niño flaco, con el corte de pelo escolar corto. Observando. Tomando notas mentales de cada situación para después convertirlas en fotografías de su infancia (y después convertirlas en un libro).


Lo que tiene Zambra es que logra en sus novelas lo que todos los libros deberían conseguir: olvidar que estás leyendo. Piensa en el mejor libro que has leído en tu vida. Ahora acuérdate de dónde, cuándo, en qué postura lo estabas leyendo. No deberías poder responder ninguna de las preguntas anteriores. Deberías tener en tu cabeza la imagen de los personajes, sus voces, sus movimientos, sus olores. Una vez, en medio de un libro, pegué un grito mudo. Y con el mismo me pasé de estación del metro varias veces. Fue un libro de Philip Roth.

Después de leer 12 minutos, Zambra dijo “ahí está bien”, miró a Alejandra Costamagna y le preguntó “¿hay cóctel?”, y el público soltó una carcajada y aplaudió.

¿Hay cóctel?


1 COMENTARIO

  1. Con una buena amiga habíamos hecho una apuesta, ¿ira a reiterar Zambra sus respuestas en las típicas entrevistas que da en las universidades o en los programas shuper (que sólo pasan en horas extrañas y que por lo tanto, nadie alcanza a ver en la tv abierta)?
    Pues yo aposte a que sería diferente, y así fue, leyó casi demasiado, casi muy bien, casi hubiera preferido escucharlo conversar en el pasillo antes, preguntarle sobre el motivo.. la extensión, el que sean sus textos una especie de matrioska incontenible entre ellas..
    Al revisar de nuevo lo de ayer por la tarde, desde tu optica, creo que en vez de ganar, perdí.

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