Por Felipe Rodríguez
Ha comenzado un invierno frío, desgraciadamente trágico, y si a eso le sumamos los problemas personales, la cosa es catastrófica. Por eso, es que la música puede ser un aliciente para el cuerpo y el alma, y aunque no sea del corte fiestero, siempre podemos enfocar nuestros sentidos en música (menos digerible) que nos lleve a lugares insospechados.
Así como los doctores recetan remedios para curar enfermedades, yo les recetaré un disco para curar los malestares: “At Mount Zoomer”, el LP del 2008 de los canadienses Wolf Parade.
Spencer Krug, líder absoluto, se desdobla ya hace varios años para pasearse entre sus cinco bandas distintas. Entre ellas, las que se llevan todas las flores, son Sunset Rubdown, y Wolf Parade. Personalmente ambas bandas tienen diferencias timbrísticas, sonando la primera mucho más a un pop barroco, o artypop que la segunda. Pero para no buscar complejidades, es mejor decir, que Wolf Parade es el lado A, y Sunset Rubdown es el lado B.
Spencer Krug, líder absoluto, se desdobla ya hace varios años para pasearse entre sus cinco bandas distintas. Entre ellas, las que se llevan todas las flores, son Sunset Rubdown, y Wolf Parade. Personalmente ambas bandas tienen diferencias timbrísticas, sonando la primera mucho más a un pop barroco, o artypop que la segunda. Pero para no buscar complejidades, es mejor decir, que Wolf Parade es el lado A, y Sunset Rubdown es el lado B.
Después de su disco debut “Apologies to the Queen Mary” (antecedido por dos buenos Ep’s), salió “At Mount Zoomer”: un trabajo mucho más relajado que el anterior y con sólo nueve canciones (aunque la última bien podría ser dividida en tres), aunque sigue incluyendo esos adornos disonantes a los que Krug tiene acostumbrados a sus fans, como el sintetizador sacado de algún juego de Atari, en Soldier’s Grin, donde Arlen Thompson (batería) muestra la base rítmica esencial de Wolf Parade.
En Fine Cannibals, los primeros segundos nos recuerdan a los héroes y salvadores de la estirpe rockera canadiense, Arcade Fire. Patriotismo puro. Y, casi al finalizar, está An animal in your care, en la cual se puede apreciar por qué Wolf Parade, Sunset Rubdown o cualquier banda de Krug suena tan inmensamente distinta aunque contenga elementos cotidianos de la música. Su voz, sin ir más lejos, es un instrumento que posee un color desgarrador, hilarante y hasta atmosférico, y que sin esos gallitos y desafinadas que tiene, claramente no generaría la misma sensación.
El fin llega con la extensa Kissing the Beehive (10’52’’), que -en lo personal- es la desilusión del disco, ya que si bien contiene todos los elementos que hacen de Wolf Parade una banda con sello propio, están lanzados sin el sentido que logra emocionar a los fans (o no fans); salvo por lo últimos 3’20’’, donde le dan un cierre instrumental de batería piano, sintetizador, guitarra y bajo: todo junto, revuelto y magnético. Donde todo va in crecendo hasta alcanzar la estridencia máxima junto a los alaridos graves de Krug.
Spencer Krug, es un pianista, letrista avanzado y el mastermind canadiense por excelencia, pero no por eso, va a evitar toparse con la moda 80’s que rodeó tanto hace un tiempo atrás. Y que –musicalmente – ha dejado decenas de discos manchados (de buena y mala forma) por el viejo y querido Synth Pop, y eso lo demuestra cuando lleva más lejos las sonoridades de sus sintetizadores.
Particularmente encontramos en Wolf Parade -a lo largo de su historial-, esa fascinación constante por apurar el tiempo de la canción hacia el final (sin que necesariamente el volumen sea más alto). Esto lo podemos escuchar en I’ll Believe in Anything del primer disco, o en Call it a Ritual. Para el que quiera saber el resultado, ya sabe que debe escuchar.