Miradas que punzan: Voyerismo en “Freaks”

Miradas que punzan: Voyerismo en “Freaks”

Ricardo Andrade  aparentemente viene  completo de fábrica: tiene brazos, piernas, ojos, estudia Pedagogía en Lenguaje y su tesis la hizo sobre la  extraña y mítica película Freaks (1932), de Tod Browning. Entendamos, un futuro profesor de “castellano” que habla de cine y en especial, de una película que por el nombre lo dice todo, nos envió a nuestro email un capítulo de su particular visión de un film, que siendo sinceros,  no teníamos idea de su existencia (nos quedamos en el 72’ con Pink Flamingos y su hermoso final feliz). A continuación, un extracto de lo freak que puede ser una tesis.

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Por Ricardo Andrade

(Estudiante Ped. Lenguaje UC)

Nos sentamos. Nos quedamos ahí. Vemos la película. Freaks nos muestra cómo somos espectadores de un circo, del circo de atrás, el que no vemos cuando pagamos nuestra entrada y asistimos al espectáculo circense que se da en la ciudad. Es el morbo, es la disgregación, es el carnaval de opuestos, es cuando el sentido común se nos empareja con el placer de mirar. Pero recordémoslo, es un mirar oculto, un mirar escondido, uno que nos toca nuestra realidad, un mirar lleno (o falto) de brazos, manos, raquítico u obeso, un festival de “anormalidades” y “bestialidades”.

Vemos por ejemplo a Prince Radian, “el torso viviente” que sin poseer ninguno de sus miembros, es posible situarlo como aquel ser prototipo que te deja con mayores efectos estomacales al terminar de ver el filme: es que resulta imposible verlo sin encogimiento. Ocultamos entonces nuestro cuerpo, en especial nuestros brazos y manos, y pensamos que no queremos ser así y tampoco no quisimos ser obscenos en esa escena de la cual formamos parte.

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Los freaks no sólo nos castran, nos devoran, nos cortan, nos trozan e incluso a veces nos vomitan y nos devuelven nuevamente. Los freaks nos miran constantemente, clavan su aguijón en nuestras mentes de cristal y nos punzan: nos pulsan esquizofrénicamente, nos rodean con sus miradas, nos vuelven compulsivos, obsesivos compulsivos. Creo que no es casualidad que mis queridos monstruos posen en primeros planos constantemente. Y, ¿es grato? Schlitzie, uno de los microcefálicos, posa en reiteradas ocasiones y en primeros planos incluso. Sin miedo. La idea es mostrar y mostrar realidades, sin maquillaje, como la mayoría de los “efectos” del film.

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En tanto nosotros nos conformamos como “enteros” y a ellos los vemos gemir, babear, saltar, cantar y reír afanosamente. Y nos plegamos en los asientos por no poder identificarnos, y damos las gracias al ver que aparece uno “como nosotros”. Recuerdo que cuando pequeño, compartía la televisión con mis padres y sentados en el sofá veíamos que no es sólo un beso lo que se está dando la pareja de enamorados, sino que se dan más y se dan y se dan y se dan mucho más; añorábamos que la escena cambiara porque ya no queríamos ser más esos viciosos observadores pudorosos. Freaks apunta a ese motivo: a no mirar el espectáculo, sino  la vida misma de esos inadaptados seres deformes que nos refriegan en nuestra cara, lo anormal que han de ser. Entonces, si no queremos sentirnos como ellos, ¿nos paramos y nos vamos? No. Estamos disfrutando del deleite, del placer que descaradamente negamos hasta el final de la película, en donde justo nos encontramos con un amigo que nos pregunta: “¡ey! ¿qué tal Freaks?” y respondimos tajantes: “¡Horrible! Quiero vomitar.” Y por supuesto que no la recomendamos.

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