Estos son los elementos que han conformado la imagen de Chile en los últimos meses. De los tres, el que más me preocupa, por su proyección, es el último. Los paros y la violencia muestran una realidad de grave deterioro, pero que puede ser remediada a través del compromiso compartido o de la aplicación de herramientas coercitivas que la ley permite. Pero la tontería esconde vericuetos a menudo indescifrables. Puede ser el resultado de la estrechez mental, de escasa lucidez o de una calculada manipulación que oculta aviesas intenciones. Si ésta proviene de la autoridad, lo que se puede esperar se encuentra en una baraja muy amplia de posibilidades. Si, por el contrario, quienes hacen gala de ella son los opositores, su futuro se halla seriamente comprometido y eso, de alguna manera, afectará al resto del país.
Del paro convocado por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), hay poco que decir. No es novedad la escasa representabilidad de la orgánica laboral. Pero ¿quién tiene representatividad hoy en Chile?
Para la violencia se pueden buscar muchas explicaciones. La más sencilla es decir que quienes la provocan son desadaptados. Incluso, ir más allá y, como sostuvo el Intendente de Bío Bío, Víctor Lobos (independiente admirador de la ultraderechista Unión Demócrata Independiente, UDI), atribuirlo a la “mala conformación” de un número creciente de familias chilenas. Sin duda, eso último es una tontería que llega al insulto gratuito y revela desconocimiento de la realidad que se vive en el mundo. Pero tiene algunos componentes que la colocan más bien en el rango del sectarismo ideológico. El conservadurismo se asienta en tres patas: una intocable institucionalidad, la familia y la religión. Y tratar de sacar a un conservador de allí es como intentar que un porcentaje importante de chilenos deje de creer que la amenaza a su prosperidad proviene del comunismo. O, lo que es más o menos lo mismo, explicarle a un sesudo comentarista de TV que la paralización de los estudiantes no es producto de su flojera.
Quienes aprovechan las manifestaciones masivas para llevar a cabo actos violentos injustificables, la mayoría de las veces no pueden ser encasillados sólo en una variable. Es un fenómeno multifactorial. Pero, sin duda, en el resorte más profundo que mueve tales actos está la frustración. Nadie puede sostener que el sistema económico actual tenga entre sus metas la equidad. Más bien persigue transformar al ciudadano en consumidor y restarle su autonomía en grado creciente. En tal proceso, esquilmarlo de manera sostenida. En esa cadena “productiva”, se encuentran desde las instituciones financieras hasta las empresas productoras de educación, salud, el más simple estacionamiento o las empresas de retail.
Escuchar al ministro de Salud, Jaime Mañalich, decir que los estudiantes en huelga de hambre simplemente mintieron, es utilizar la misma lógica del comentarista aquel que cree que la base de las movilizaciones estudiantiles está en la flojera de los jóvenes y en la irresponsabilidad de los chilenos para enfrentar sus problemas. Porque el argumento siguiente es afirmar, como lo hace el comentarista de marras, que los medios de comunicación han sido los responsables de levantar el movimiento en pro de una mejor educación. Este falaz argumento lleva a considerar que en Chile la libertad de información funciona. Que los medios son imparciales y lo que buscan es la noticia. Y como base de la pirámide democrática, son los garantes del ejercicio de la libertad. ¿Somos tan imbéciles los chilenos para creer eso?
Yo estimo que no. Pero el vocero del Gobierno, Andrés Chadwick, piensa de otra manera. Defendiendo al intendente de Bío Bío, afirmó que éste había hecho un “análisis social y no de contenido valórico”. Estas son las tonteras peligrosas. No son producto de la estupidez, persiguen un fin político muy definido. Esta vez, Chadwick no está siendo vocero de la administración Piñera , está defendiendo a su partido, la UDI. Y si para eso hay que mentir, pues, se miente.
Como también se miente ahora que las autoridades de gobierno han descubierto que los jóvenes que llevan manifestándose hace tres meses son creativos, bien intencionados y hasta simpáticos, me imagino.
Así no se arreglan las deficiencias de un país. Aquí se ha impuesto un sistema en el que las instituciones que lo conforman no están funcionando. Y no lo hacen, porque no persiguen satisfacer el interés general, que está en la base de la política -el arte de hacer posible la vida en sociedad-, ni siquiera de la democracia.
Eso es lo que estamos viviendo. Un sistema injusto, que crea una sociedad en que la competencia, el lucro y la exacción, van minando a los seres humanos. Y quienes creen que esto se resuelve con medidas cosméticas como las adoptadas durante los gobiernos de quienes hoy son oposición, simplemente mienten. En ese caso, puede ser porque son decididamente estúpidos -o creen que nosotros lo somos- y ojalá la ciudadanía no lo olvide al momento de votar.
Pero esto último tampoco es una herramienta efectiva. El sistema electoral chileno fue construido sobre la idea de una “democracia protegida”, para que jamás dejara de ser manipulada por quienes ejercen el poder. Y no hablo del poder que les entrega el pueblo a sus representantes. Me refiero al poder real, al poder económico.
qué columnaza!