Por Paulina Flores
Estoy escondida. Oculta en una oscuridad vaga
y tras una delgada línea de luz, única frontera de mi refugio. Sí, me escondo,
aunque no recuerdo bien por qué. Sé que me protejo, pero como se protege
alguien del sol bajo la sombra de un árbol. Me encuentro tranquila, y a la vez
pareciera esperar a que todo se calmara para poder salir. Estoy bajo mi cama.
Tengo siete años y escucho a mi mamá llamándome. Mi cabeza descansa sobre mis
brazos cruzados. Huele a polvo y el piso está frio. La luz proviene de mi
ventana, en una mezcla del amarillo otoñal y el celeste infantil de mis
cortinas. Desde donde estoy puedo ver el último cajón de la cómoda y el perfil
del velador. Lo que más resalta es la alfombra, las fibras de colores que no
alcanzan a formar ningún dibujo. Pero si estuviera mirando desde la puerta, la
característica principal de la pieza sería la cama misma; el marco blanco de
madera, el plumón de flores. Una cama elegida especialmente para mí, como todas
las cosas que tengo, que tuve. Sin embargo, yo estoy justo debajo de la cama.
Perdida, segura. Tal vez esté jugando. De niña todo lo hacía jugando. Sólo sé
que fue mi lugar favorito desde que tengo memoria. La voz de mi madre se
acerca. Entra en la pieza, me llama una vez más y se aleja para seguir
buscando. No me ha visto. Entonces salgo.
y tras una delgada línea de luz, única frontera de mi refugio. Sí, me escondo,
aunque no recuerdo bien por qué. Sé que me protejo, pero como se protege
alguien del sol bajo la sombra de un árbol. Me encuentro tranquila, y a la vez
pareciera esperar a que todo se calmara para poder salir. Estoy bajo mi cama.
Tengo siete años y escucho a mi mamá llamándome. Mi cabeza descansa sobre mis
brazos cruzados. Huele a polvo y el piso está frio. La luz proviene de mi
ventana, en una mezcla del amarillo otoñal y el celeste infantil de mis
cortinas. Desde donde estoy puedo ver el último cajón de la cómoda y el perfil
del velador. Lo que más resalta es la alfombra, las fibras de colores que no
alcanzan a formar ningún dibujo. Pero si estuviera mirando desde la puerta, la
característica principal de la pieza sería la cama misma; el marco blanco de
madera, el plumón de flores. Una cama elegida especialmente para mí, como todas
las cosas que tengo, que tuve. Sin embargo, yo estoy justo debajo de la cama.
Perdida, segura. Tal vez esté jugando. De niña todo lo hacía jugando. Sólo sé
que fue mi lugar favorito desde que tengo memoria. La voz de mi madre se
acerca. Entra en la pieza, me llama una vez más y se aleja para seguir
buscando. No me ha visto. Entonces salgo.
— ¿Dónde te habías metido?— dice mientras me
arregla la ropa. Se ve joven. Lleva una melena y el pelo de su color natural,
oscuro. La quiero tanto. A veces, cuando es muy tarde y no llega del trabajo,
imagino que ha muerto, que no llegará nunca. Me pongo a llorar y trato de
recordar su rostro en mi mente, aferrándome a cada parte que pueda reconstruir
de él, prometo que nunca más me portaré mal. A esa edad no podría haber imaginado
que existía otro dolor, aquel dolor
escondido que precedería el cambio. Nadie hubiera imaginado cómo iba a cambiar
todo, de forma tan confusa y rotunda, que parecía que el resentimiento hubiese existido
desde siempre.
arregla la ropa. Se ve joven. Lleva una melena y el pelo de su color natural,
oscuro. La quiero tanto. A veces, cuando es muy tarde y no llega del trabajo,
imagino que ha muerto, que no llegará nunca. Me pongo a llorar y trato de
recordar su rostro en mi mente, aferrándome a cada parte que pueda reconstruir
de él, prometo que nunca más me portaré mal. A esa edad no podría haber imaginado
que existía otro dolor, aquel dolor
escondido que precedería el cambio. Nadie hubiera imaginado cómo iba a cambiar
todo, de forma tan confusa y rotunda, que parecía que el resentimiento hubiese existido
desde siempre.
La expresión de mi madre es dulce y vivaz a la
vez.
vez.
— ¿Recuerdas que tu papa perdió el trabajo,
no? — me dice en un tono ambiguo, yo le contesto afirmando con la cabeza. —
Bueno…— prosigue cautelosa, pero no agrega más—Despídete de la Sonia que ya se
va.
no? — me dice en un tono ambiguo, yo le contesto afirmando con la cabeza. —
Bueno…— prosigue cautelosa, pero no agrega más—Despídete de la Sonia que ya se
va.
— ¿Dónde?
—Vamos a regalar su ropa ¿Te acuerdas? a los
viejitos pobres
viejitos pobres
— ¿Yo voy?— exijo con una sonrisa.
De todo eso ya van más de veinte años.
Corro a
la pieza de la Sonia y la encuentro sentada en su cama, rodeada de bolsas
plásticas negras que contienen su ropa. No se da cuenta de mi presencia, está llorando.
la pieza de la Sonia y la encuentro sentada en su cama, rodeada de bolsas
plásticas negras que contienen su ropa. No se da cuenta de mi presencia, está llorando.
Su cuarto es otro de mis lugares preferidos. Es
blanco y parece una sala de hospital. Solo tiene objetos funcionales: una cama,
un closet, una lámpara, un despertador. Sonia vive con nosotros hace tres años,
es decir, de los lunes a las tardes de los sábados, cuando se va a su
“verdadero hogar” como lo llama cuando se enoja conmigo. Conservo el recuerdo
de dos momentos que describen mi vida con ella:
blanco y parece una sala de hospital. Solo tiene objetos funcionales: una cama,
un closet, una lámpara, un despertador. Sonia vive con nosotros hace tres años,
es decir, de los lunes a las tardes de los sábados, cuando se va a su
“verdadero hogar” como lo llama cuando se enoja conmigo. Conservo el recuerdo
de dos momentos que describen mi vida con ella:
El primero es el de todos los días. Estamos en
su pieza y jugamos a hacer figuras con las sombras de las manos. Nada
espectacular, doblamos las muñecas y abrimos o cerramos los puños para formar
cisnes y serpientes que pelean entre sí. No me interesan tanto los animales
como lo que hacemos: es lo que hacen todos los amigos o padres e hijos en las
películas cuando son felices. Sonia tiene las manos gordas, como guantes de
plástico inflado, por lo que sus figuras son siempre más robustas. Yo me rió y
ella me dice que mis dedos parecen tallarines, entonces trato de capturar sus
manos enormes con las mías pequeñas y al ver la diferencia ridícula de los
tamaños nos largamos a reír. También
tiene las manos muy ásperas, como si trabajara con tierra y barro, aunque
naturalmente están marcadas por la labor contraria, escarpadas por el jabón y
el cloro, los paños y las escobas que quitan la tierra.
su pieza y jugamos a hacer figuras con las sombras de las manos. Nada
espectacular, doblamos las muñecas y abrimos o cerramos los puños para formar
cisnes y serpientes que pelean entre sí. No me interesan tanto los animales
como lo que hacemos: es lo que hacen todos los amigos o padres e hijos en las
películas cuando son felices. Sonia tiene las manos gordas, como guantes de
plástico inflado, por lo que sus figuras son siempre más robustas. Yo me rió y
ella me dice que mis dedos parecen tallarines, entonces trato de capturar sus
manos enormes con las mías pequeñas y al ver la diferencia ridícula de los
tamaños nos largamos a reír. También
tiene las manos muy ásperas, como si trabajara con tierra y barro, aunque
naturalmente están marcadas por la labor contraria, escarpadas por el jabón y
el cloro, los paños y las escobas que quitan la tierra.
El segundo no es un recuerdo mío, o sea, es
una historia de la que participo, pero que no he conservado voluntariamente.
Mis padres la han repetido tanto a familiares y
amigos que se ha alojado en mi memoria, desplazando a otros recuerdos.
Una parte he tenido que inventármela: ella, la niña, marca el número del
trabajo de su madre y espera nerviosa. Sonia, la mujer, permanece acostada en
su cama, quieta como una momia. La niña y la mujer se observan en silencio y
una de las dos dirige a la otra una mirada de decepción, tendrán que esperara
hasta las nueve de la noche. “No pude salir antes” me digo a mi misma, repito
las palabras exactas de mi madre, el testimonio de mis propios recuerdos. “La
tenía esposada a la cama. No sé de dónde sacó la idea”, me vuelvo a decir, y la
voz es acompañada de risas. Se trataba de una travesura de poca importancia:
habían unas esposas en la casa y yo quería jugar con ellas. Es increíble que
algo que ni siquiera recuerdas permanezca por tanto tiempo. A veces me pregunto
por qué lo olvidé, no es por la edad, puedo rememorar cosas de cuando era aun
más pequeña. Casi siempre concluyo que lo escuché tanto en las anécdotas de
otros que dejó de pertenecerme. Pero tal
vez sea algo más, creo que de cierto modo lo olvidé para deshacerme de una
parte de mi misma. Como si el esposar a Sonia, más allá del simple juego,
revelara algo, un aire de mezquindad, de
niña mimada y de poder.
una historia de la que participo, pero que no he conservado voluntariamente.
Mis padres la han repetido tanto a familiares y
amigos que se ha alojado en mi memoria, desplazando a otros recuerdos.
Una parte he tenido que inventármela: ella, la niña, marca el número del
trabajo de su madre y espera nerviosa. Sonia, la mujer, permanece acostada en
su cama, quieta como una momia. La niña y la mujer se observan en silencio y
una de las dos dirige a la otra una mirada de decepción, tendrán que esperara
hasta las nueve de la noche. “No pude salir antes” me digo a mi misma, repito
las palabras exactas de mi madre, el testimonio de mis propios recuerdos. “La
tenía esposada a la cama. No sé de dónde sacó la idea”, me vuelvo a decir, y la
voz es acompañada de risas. Se trataba de una travesura de poca importancia:
habían unas esposas en la casa y yo quería jugar con ellas. Es increíble que
algo que ni siquiera recuerdas permanezca por tanto tiempo. A veces me pregunto
por qué lo olvidé, no es por la edad, puedo rememorar cosas de cuando era aun
más pequeña. Casi siempre concluyo que lo escuché tanto en las anécdotas de
otros que dejó de pertenecerme. Pero tal
vez sea algo más, creo que de cierto modo lo olvidé para deshacerme de una
parte de mi misma. Como si el esposar a Sonia, más allá del simple juego,
revelara algo, un aire de mezquindad, de
niña mimada y de poder.
Me siento junto a Sonia y ella me confiesa que
no donará la ropa, se va, ya no seguirá en la casa. Luego entra mi madre y nos
ve abrazadas. Cerramos las bolsas y las llevamos al que será su nuevo trabajo,
una casa grande en donde vive un viejo al que cuidar.
no donará la ropa, se va, ya no seguirá en la casa. Luego entra mi madre y nos
ve abrazadas. Cerramos las bolsas y las llevamos al que será su nuevo trabajo,
una casa grande en donde vive un viejo al que cuidar.
Sucedió a finales de los noventas cuando todo
parecía fluir o flotar. Arrendábamos una casa en Recoleta porque quedaba cerca
del trabajo de mi papá, claro que decir “cerca” es una especie de ironía. Antes
de partir por primera vez, mi padre intentó contarme sobre su trabajo: dibujó un
hombre hecho de palitos con una enorme cabeza y un triangulo como sombrero.
Trazó una media luna como boca y dos líneas oblicuas como ojos. “Así, ¿ves?”
dijo tirando de sus propios ojos con los índices, rasgándolos. “Chinitos” explicó,
“Tu papá trabaja con chinitos”, aunque en realidad se trataba de coreanos. Luego
siempre lo repetía, intentando impresióname. Pero a mí no me sorprendía tanto
el hecho de que hubiera gente con ojos rasgados como que existiera un país
lleno de ellos, pensaba que si algún día acompañaba a mi papá yo sería la de
ojos raros. Claro que nunca lo hice, ni siquiera a patronato donde estaban la
mayoría de los coreanos con los que se relacionaba. Fue por el tiempo, duró muy
poco, casi nada. Entonces o no lo entendía, o no me lo dijeron, pero hasta
tenía su propio nombre «La crisis asiática», que sacudió a Asia en el 97´y que
replicaría en mi familia un año y medio después.
parecía fluir o flotar. Arrendábamos una casa en Recoleta porque quedaba cerca
del trabajo de mi papá, claro que decir “cerca” es una especie de ironía. Antes
de partir por primera vez, mi padre intentó contarme sobre su trabajo: dibujó un
hombre hecho de palitos con una enorme cabeza y un triangulo como sombrero.
Trazó una media luna como boca y dos líneas oblicuas como ojos. “Así, ¿ves?”
dijo tirando de sus propios ojos con los índices, rasgándolos. “Chinitos” explicó,
“Tu papá trabaja con chinitos”, aunque en realidad se trataba de coreanos. Luego
siempre lo repetía, intentando impresióname. Pero a mí no me sorprendía tanto
el hecho de que hubiera gente con ojos rasgados como que existiera un país
lleno de ellos, pensaba que si algún día acompañaba a mi papá yo sería la de
ojos raros. Claro que nunca lo hice, ni siquiera a patronato donde estaban la
mayoría de los coreanos con los que se relacionaba. Fue por el tiempo, duró muy
poco, casi nada. Entonces o no lo entendía, o no me lo dijeron, pero hasta
tenía su propio nombre «La crisis asiática», que sacudió a Asia en el 97´y que
replicaría en mi familia un año y medio después.
Era la segunda vez que mi padre quedaba cesante, de modo dramático, quiero decir. La
primera fue cuando lo dieron de baja en
carabineros. Por eso habían unas esposas en la casa, decía que se las había
quedado para proteger a la familia, aunque la única vez que se utilizaron fue
cuando apresé a Sonia. Su padre, mi abuelo, estaba seguro de que ser policía
era lo mejor para su hijo e insistió tanto que terminó por convencerlo, hasta
que un día él, el hijo, hizo algo inadecuado —error que mi abuelo también
esperaba—y lo despidieron. Mi padre dijo que era para mejor, ahora podía
ocuparse de algo que realmente le gustara. “Sus negocios” eso era a lo que
quería dedicarse, una idea, una aspiración que nunca se concretó, ya que en
estricto rigor nunca tuvo sus propios negocios. Con los coreanos había
comenzado a independizarse y entonces todo se vino abajo. Su expresión fue por
mucho tiempo la de un jugador ingenuo que ha perdido, casi sin darse cuenta,
todas sus fichas.
primera fue cuando lo dieron de baja en
carabineros. Por eso habían unas esposas en la casa, decía que se las había
quedado para proteger a la familia, aunque la única vez que se utilizaron fue
cuando apresé a Sonia. Su padre, mi abuelo, estaba seguro de que ser policía
era lo mejor para su hijo e insistió tanto que terminó por convencerlo, hasta
que un día él, el hijo, hizo algo inadecuado —error que mi abuelo también
esperaba—y lo despidieron. Mi padre dijo que era para mejor, ahora podía
ocuparse de algo que realmente le gustara. “Sus negocios” eso era a lo que
quería dedicarse, una idea, una aspiración que nunca se concretó, ya que en
estricto rigor nunca tuvo sus propios negocios. Con los coreanos había
comenzado a independizarse y entonces todo se vino abajo. Su expresión fue por
mucho tiempo la de un jugador ingenuo que ha perdido, casi sin darse cuenta,
todas sus fichas.
Esas son las únicas cosas que recuerdo de mi
padre, las que supe de él y las que me contaron. A diferencia de lo que podría haber ocurrido,
al quedar cesante comenzó a pasar menos en la casa, aun menos que cuando
viajaba a Corea. Yo nunca supe a dónde iba y al parecer mi mamá tampoco. Entonces
comenzaron las peleas.
padre, las que supe de él y las que me contaron. A diferencia de lo que podría haber ocurrido,
al quedar cesante comenzó a pasar menos en la casa, aun menos que cuando
viajaba a Corea. Yo nunca supe a dónde iba y al parecer mi mamá tampoco. Entonces
comenzaron las peleas.
Mi madre era una mujer inteligente y
ambiciosa. Se podría pensar que proviniendo de una familia tan pobre no hay
sueños que valgan, solo aceptar la realidad. Sin embargo, ella siempre esperaba
dejar atrás sus orígenes como si solo se tratara de levantarse del suelo y
sacudirse el polvo. Era optimista, pensaba que era suficiente con tener bien
definido lo que uno quería. Por eso cuando quedó embarazada y tuvo que casarse sus
planes se vinieron cuesta arriba. Luego estaba casada con un hombre cesante, y
pronto se dio cuenta de que también eso, el matrimonio, había fracasado. Pero
aceptar la derrota era para mi madre aun peor que el hecho mismo de ser
derrotada.
ambiciosa. Se podría pensar que proviniendo de una familia tan pobre no hay
sueños que valgan, solo aceptar la realidad. Sin embargo, ella siempre esperaba
dejar atrás sus orígenes como si solo se tratara de levantarse del suelo y
sacudirse el polvo. Era optimista, pensaba que era suficiente con tener bien
definido lo que uno quería. Por eso cuando quedó embarazada y tuvo que casarse sus
planes se vinieron cuesta arriba. Luego estaba casada con un hombre cesante, y
pronto se dio cuenta de que también eso, el matrimonio, había fracasado. Pero
aceptar la derrota era para mi madre aun peor que el hecho mismo de ser
derrotada.
En lo que a mí se refiere, todavía tenía siete
años y sin Sonia pasaba todo el día sola en la casa, por eso es que tía Nana vino
a vivir con nosotros.
años y sin Sonia pasaba todo el día sola en la casa, por eso es que tía Nana vino
a vivir con nosotros.
Era tía de mi mama y su nombre era Mónica,
pero todos en la familia la llamaban “tía Nana”. A pesar de ser custodiados por
unos enormes lentes sus ojos son mi mejor evocación. Negros, sin distinción
entre la pupila y el resto, rodeados por unas escasas pestañas que hacían
pensar en un ave desplumada. Ese era además su aspecto en general, el de un
animalito despojado e indefenso.
pero todos en la familia la llamaban “tía Nana”. A pesar de ser custodiados por
unos enormes lentes sus ojos son mi mejor evocación. Negros, sin distinción
entre la pupila y el resto, rodeados por unas escasas pestañas que hacían
pensar en un ave desplumada. Ese era además su aspecto en general, el de un
animalito despojado e indefenso.
— ¡Yo no la quiero! Váyase —le grité la
primera mañana que estuvimos juntas en la cocina. Se notaba que había preparado
el desayuno con dedicación: fruta picada, leche con plátano, pan con queso
derretido. —No la quiero — insistí y la voz me tembló. Nana sacó un queque del
horno, cortó un pedazo y me lo extendió con una sonrisa.
primera mañana que estuvimos juntas en la cocina. Se notaba que había preparado
el desayuno con dedicación: fruta picada, leche con plátano, pan con queso
derretido. —No la quiero — insistí y la voz me tembló. Nana sacó un queque del
horno, cortó un pedazo y me lo extendió con una sonrisa.
—Se puede aprender de todo— dijo en tono de
disculpa, manteniendo su boca curva, tensando las millones de arrugas que la
rodeaban. Llevaba el pelo blanco, desordenado. Tenía la piel morena, curtida, y
en la espalda una pequeña joroba. Naturalmente conocía a tía Nana de antes, pero
no estaba enterada de ningún detalle de su vida.
disculpa, manteniendo su boca curva, tensando las millones de arrugas que la
rodeaban. Llevaba el pelo blanco, desordenado. Tenía la piel morena, curtida, y
en la espalda una pequeña joroba. Naturalmente conocía a tía Nana de antes, pero
no estaba enterada de ningún detalle de su vida.
Tenía 65, aunque todo apuntaba a que fuera
mayor ya que la habían inscrito en el registro civil con la edad suficiente
como para recordarlo. Era la mayor de tres hermanas, medio hermanas a decir
verdad. Se suponía que era hija de un turco para el que había trabajado su
madre, o eso decían, el asunto era que nunca conoció a su verdadero padre,
aunque esto era más bien una anécdota que una tragedia. También, a diferencia
de sus hermanas, no se casó jamás. Ella fue la hija que se quedó en casa para
cuidar de su madre. Durante los 60´ trabajó en la fábrica de telas Hirma como costurera.
Le entregaba el sueldo completo a su madre, quien decidía igualmente qué se
hacía y qué no en la casa. Luego vino la
dictadura y la fabrica cerró. Mónica pensó que era el momento indicado para
retirarse. Fue cuando comenzó a cuidar a los hijos de sus hermanas, y a los
hijos de los hijos de sus hermanas, que le dieron el apodo de Nana. Los niños
por su parte la llamaban tía, de modo que el epíteto no tardó mucho en
completarse, Tía Nana.
mayor ya que la habían inscrito en el registro civil con la edad suficiente
como para recordarlo. Era la mayor de tres hermanas, medio hermanas a decir
verdad. Se suponía que era hija de un turco para el que había trabajado su
madre, o eso decían, el asunto era que nunca conoció a su verdadero padre,
aunque esto era más bien una anécdota que una tragedia. También, a diferencia
de sus hermanas, no se casó jamás. Ella fue la hija que se quedó en casa para
cuidar de su madre. Durante los 60´ trabajó en la fábrica de telas Hirma como costurera.
Le entregaba el sueldo completo a su madre, quien decidía igualmente qué se
hacía y qué no en la casa. Luego vino la
dictadura y la fabrica cerró. Mónica pensó que era el momento indicado para
retirarse. Fue cuando comenzó a cuidar a los hijos de sus hermanas, y a los
hijos de los hijos de sus hermanas, que le dieron el apodo de Nana. Los niños
por su parte la llamaban tía, de modo que el epíteto no tardó mucho en
completarse, Tía Nana.
Mi madre no le pagaba por cuidarme, y no era
por la falta de dinero, el hecho de que no tuviera otro lugar a dónde ir era
tan evidente como que en diez años más tampoco nadie, ninguna de las otras
hermanas, o sobrinas, la querría en sus casas. No era necesario explicitar más
el asunto: mi mamá le ofrecía alojamiento y comida por lo menos hasta que me
pudiese cuidar sola, y aquel tiempo era más
que suficiente pensando en los años que podría vivir. Claro que todo eso lo
supe mucho después, casi al mismo tiempo en que comprendí que a pesar de lo que
aparentaba, Nana no era tan frágil como todos suponían.
por la falta de dinero, el hecho de que no tuviera otro lugar a dónde ir era
tan evidente como que en diez años más tampoco nadie, ninguna de las otras
hermanas, o sobrinas, la querría en sus casas. No era necesario explicitar más
el asunto: mi mamá le ofrecía alojamiento y comida por lo menos hasta que me
pudiese cuidar sola, y aquel tiempo era más
que suficiente pensando en los años que podría vivir. Claro que todo eso lo
supe mucho después, casi al mismo tiempo en que comprendí que a pesar de lo que
aparentaba, Nana no era tan frágil como todos suponían.
—
¡No la voy a querer nunca!
¡No la voy a querer nunca!
Esa mañana
dejé el desayuno intacto, había algo en los sabores dulces y en su amabilidad que me perturbaba
enormemente, me hacía sentir culpable. Corrí a mi pieza y me escondí bajo la cama.
Sabía que tía Nana no era responsable de que Sonia se hubiese marchado ¿Pero si
no, quién? Debía condenar a alguien. Y quizás eso era realmente lo que me
desconcertaba, no sabía quién era el responsable, o si es que existía. Me fui
sola al colegio y durante el resto de la mañana tuve hambre, pero al llegar a
casa seguí negándome a comer. Durante la tarde no volví a ver a tía Nana.
Desaparecer bajo la cama, eso era lo único que quería.
dejé el desayuno intacto, había algo en los sabores dulces y en su amabilidad que me perturbaba
enormemente, me hacía sentir culpable. Corrí a mi pieza y me escondí bajo la cama.
Sabía que tía Nana no era responsable de que Sonia se hubiese marchado ¿Pero si
no, quién? Debía condenar a alguien. Y quizás eso era realmente lo que me
desconcertaba, no sabía quién era el responsable, o si es que existía. Me fui
sola al colegio y durante el resto de la mañana tuve hambre, pero al llegar a
casa seguí negándome a comer. Durante la tarde no volví a ver a tía Nana.
Desaparecer bajo la cama, eso era lo único que quería.
Hace poco leí una noticia aterradora. Se
trataba de un incendio que había destruido todo el segundo piso de la casa de
una familia muy pobre. El calefón del baño había explotado y los niños estaban
arriba. Cuatro hermanos muertos. El más pequeño de dos, la mayor de diez. Al
final se informaba que los cuerpos habían sido encontrados bajo una cama, en la
pieza donde dormían todos juntos. Eran solo unas líneas, pero no pude dejar de
imaginar toda la escena: Los niños asustados, sin saber qué hacer, sin saber dónde
huir. Solo un lugar parece resguardarlos de las llamas. Un lugar que los ha
protegido en otras ocasiones, que en algún momento ha parecido toda una
fortificación, pero que ahora es una trampa. No obstante, la hermana mayor creé
que ahí estarán a salvo, o que por lo menos puede tranquilizar a sus hermanos
haciéndoles creer que estarán a salvo. La imagen de los niños tomados de las
manos esperando a que todo pase no deja
de volver a mi mente una y otra vez. ¿A quién culpar? La abuela que los cuidaba
no fue capaz de subir las escaleras y rescatarlos, o morir en el intento. Y los
niños siguen bajo la cama, envueltos en fuego. ¿Qué se puede pensar de algo
así? ¿Quién es el responsable, no del
accidente, sino de que los niños pensaran que iban a estar más seguros bajo la
cama?
trataba de un incendio que había destruido todo el segundo piso de la casa de
una familia muy pobre. El calefón del baño había explotado y los niños estaban
arriba. Cuatro hermanos muertos. El más pequeño de dos, la mayor de diez. Al
final se informaba que los cuerpos habían sido encontrados bajo una cama, en la
pieza donde dormían todos juntos. Eran solo unas líneas, pero no pude dejar de
imaginar toda la escena: Los niños asustados, sin saber qué hacer, sin saber dónde
huir. Solo un lugar parece resguardarlos de las llamas. Un lugar que los ha
protegido en otras ocasiones, que en algún momento ha parecido toda una
fortificación, pero que ahora es una trampa. No obstante, la hermana mayor creé
que ahí estarán a salvo, o que por lo menos puede tranquilizar a sus hermanos
haciéndoles creer que estarán a salvo. La imagen de los niños tomados de las
manos esperando a que todo pase no deja
de volver a mi mente una y otra vez. ¿A quién culpar? La abuela que los cuidaba
no fue capaz de subir las escaleras y rescatarlos, o morir en el intento. Y los
niños siguen bajo la cama, envueltos en fuego. ¿Qué se puede pensar de algo
así? ¿Quién es el responsable, no del
accidente, sino de que los niños pensaran que iban a estar más seguros bajo la
cama?
La primera noche que tía Nana pasó con
nosotros, mi madre fue a mi pieza. La oí subiendo por la escalera, golpeando la
madera con sus tacos cuadrados, que ella llamaba clásicos, pero que para
cualquiera solo eran anticuados. Pasos desdeñosos, insensibles, serios, tal
como ella quería que la percibieran. Pisadas muy distintas a las que yo
escuchaba de madrugada, cuando iba descalza. Bajaba como a las cuatro de la
mañana, a oscuras, con cautela, intentando no despertar a nadie. En sus pasos
nocturnos había algo de sumisión y de desamparo. Yo la imaginaba de pié,
mirando hacia afuera, oculta por el velo de la cortina, pero nunca me atreví a
comprobar que hacía.
nosotros, mi madre fue a mi pieza. La oí subiendo por la escalera, golpeando la
madera con sus tacos cuadrados, que ella llamaba clásicos, pero que para
cualquiera solo eran anticuados. Pasos desdeñosos, insensibles, serios, tal
como ella quería que la percibieran. Pisadas muy distintas a las que yo
escuchaba de madrugada, cuando iba descalza. Bajaba como a las cuatro de la
mañana, a oscuras, con cautela, intentando no despertar a nadie. En sus pasos
nocturnos había algo de sumisión y de desamparo. Yo la imaginaba de pié,
mirando hacia afuera, oculta por el velo de la cortina, pero nunca me atreví a
comprobar que hacía.
Prendió la lámpara de velador y se sentó en la
cama. ¿Estás despierta? preguntó, yo me di vuelta enseguida. Parecía fastidiada.
Daba la sensación de que no quería estar ahí, como si la obligaran a permanecer
conmigo. En muchas ocasiones sentí que algo se interponía entre la dos, como si
la indiferencia flotara junto con el aire que respirábamos, no lo podíamos evitar.
Se limitó a estar en silencio y a alisar las sábanas con la palma de la mano.
cama. ¿Estás despierta? preguntó, yo me di vuelta enseguida. Parecía fastidiada.
Daba la sensación de que no quería estar ahí, como si la obligaran a permanecer
conmigo. En muchas ocasiones sentí que algo se interponía entre la dos, como si
la indiferencia flotara junto con el aire que respirábamos, no lo podíamos evitar.
Se limitó a estar en silencio y a alisar las sábanas con la palma de la mano.
—Tu tía Nana siempre ha sido igual — dijo de
pronto con ese dejo de menosprecio que en el fondo esconde algo de admiración. Yo
pensé que me iba a retar por haberle gritado a tía Nana pero luego noté que no
sabía nada de lo ocurrido. Me contó que
había vivido con ella hasta los nueve años. No entendía mucho a qué iba, solo
me preocupaba la frialdad con que decía todo. Dijo que vivían en una casa muy vieja y pobre,
con techo de madera y que cuando tenía pesadillas, tía Nana se acostaba con
ella y juntas contaban los nudos en las
tablas del techo. El juego finalizaba cuando mi madre se dormía. Miré el techo
de mi pieza, era liso y tenía unas estrellas fluorescentes. Volvió a enmudecer y
al rato se despidió. Antes de salir suspiró prolongadamente, lo cierto es que
estaba cansada. Se sacó los zapatos y siguió en medias hasta su pieza. La
esperaba una cama vacía.
pronto con ese dejo de menosprecio que en el fondo esconde algo de admiración. Yo
pensé que me iba a retar por haberle gritado a tía Nana pero luego noté que no
sabía nada de lo ocurrido. Me contó que
había vivido con ella hasta los nueve años. No entendía mucho a qué iba, solo
me preocupaba la frialdad con que decía todo. Dijo que vivían en una casa muy vieja y pobre,
con techo de madera y que cuando tenía pesadillas, tía Nana se acostaba con
ella y juntas contaban los nudos en las
tablas del techo. El juego finalizaba cuando mi madre se dormía. Miré el techo
de mi pieza, era liso y tenía unas estrellas fluorescentes. Volvió a enmudecer y
al rato se despidió. Antes de salir suspiró prolongadamente, lo cierto es que
estaba cansada. Se sacó los zapatos y siguió en medias hasta su pieza. La
esperaba una cama vacía.
No pude dormir. La visita de mi madre me había
dejado muy nerviosa y no sabía por qué. Los días previos a que comenzara el
colegio o las vacaciones también me ocurría, pero esta vez era diferente. Me
sentía sofocada, como si las tapas de la cama pesaran mucho. Ya no tenía
hambre, pero la sensación de vacío era aún mayor. No dejaba de pensar en mi
mamá de niña, pequeña y asustada por las noches. ¿Sería por eso que bajaba
descalza de madrugada? ¿Se asustaba también de adulta? Creo que fue la primera vez
que me desvelé, no lograba dejar de pensar. Oí llegar a mi papá, como le ponía
llave a toda la casa. Después el silencio de la calle y el murmullo de las
bombillas de los faroles, el crujir de los muebles. El ruido más intenso
regresó con los autos y los primeros rayos de sol. La habitación se veía de un
azul glacial cuando me dormí.
dejado muy nerviosa y no sabía por qué. Los días previos a que comenzara el
colegio o las vacaciones también me ocurría, pero esta vez era diferente. Me
sentía sofocada, como si las tapas de la cama pesaran mucho. Ya no tenía
hambre, pero la sensación de vacío era aún mayor. No dejaba de pensar en mi
mamá de niña, pequeña y asustada por las noches. ¿Sería por eso que bajaba
descalza de madrugada? ¿Se asustaba también de adulta? Creo que fue la primera vez
que me desvelé, no lograba dejar de pensar. Oí llegar a mi papá, como le ponía
llave a toda la casa. Después el silencio de la calle y el murmullo de las
bombillas de los faroles, el crujir de los muebles. El ruido más intenso
regresó con los autos y los primeros rayos de sol. La habitación se veía de un
azul glacial cuando me dormí.
Me levanté pasada las diez y fui medio dormida
a la pieza de mis papas, la cama estaba vacía y hecha. Era sábado y el silencio
gobernaba en la casa. Recordé la noche anterior, la conversación con mi madre,
y salí corriendo hacia la pieza de tía Nana, quería disculparme. Atravesé el
living, el comedor y la cocina. Tampoco había nadie. Desde que Sonia se había
ido que no entraba en aquel cuarto y cuando lo hice me llevé una gran sorpresa:
las mismas paredes blancas se veía totalmente distintas, como si de verdad las
habitaran. Había muchos más muebles, repletos de fotos y chucherías. Cosas
viejas. Una fotografía en blanco y negro llamó mi atención. El marco era de
plástico e intentaba imitar una moldura cromada. En la foto aparece una mujer y
dos niñas sentadas en bancas de madera, la adulta es con certeza tía Nana; la
misma sonrisa afable y la espalda arqueada, su expresión paciente. Lleva el
pelo corto y viste un delantal
de flores. Me acerco más al marco para intentar reconocer a las otras dos
niñas, y entonces mi propio rostro aparece reflejado en el vidrio. Me observo
como en un espejo, pero la imagen reflejada no se parece a mí, es como
si se tratase de otra niña. La observo, su rostro es gris, fantasmal, ni
siquiera parece una niña, es como si no tuviera edad alguna. Me asusto y corro
a mi escondite.
a la pieza de mis papas, la cama estaba vacía y hecha. Era sábado y el silencio
gobernaba en la casa. Recordé la noche anterior, la conversación con mi madre,
y salí corriendo hacia la pieza de tía Nana, quería disculparme. Atravesé el
living, el comedor y la cocina. Tampoco había nadie. Desde que Sonia se había
ido que no entraba en aquel cuarto y cuando lo hice me llevé una gran sorpresa:
las mismas paredes blancas se veía totalmente distintas, como si de verdad las
habitaran. Había muchos más muebles, repletos de fotos y chucherías. Cosas
viejas. Una fotografía en blanco y negro llamó mi atención. El marco era de
plástico e intentaba imitar una moldura cromada. En la foto aparece una mujer y
dos niñas sentadas en bancas de madera, la adulta es con certeza tía Nana; la
misma sonrisa afable y la espalda arqueada, su expresión paciente. Lleva el
pelo corto y viste un delantal
de flores. Me acerco más al marco para intentar reconocer a las otras dos
niñas, y entonces mi propio rostro aparece reflejado en el vidrio. Me observo
como en un espejo, pero la imagen reflejada no se parece a mí, es como
si se tratase de otra niña. La observo, su rostro es gris, fantasmal, ni
siquiera parece una niña, es como si no tuviera edad alguna. Me asusto y corro
a mi escondite.
Antes de entrar a mí pieza pongo atención a
los sonidos de la casa. Nada. Los minutos que permanezco en el umbral de la
puerta me parecen una eternidad. Quizás
no vuelva, pienso, y aunque es una idea tonta, puesto que sus cosas siguen ahí,
no deja de turbarme. Le hice daño, me
digo. Entonces, cuando todo parece un problema enorme veo que bajo la cama hay algo.
Es un regalo, pero no está envuelto en papel, solo tiene una cinta y unos
masticables encima. Son pañuelos de tela, de esos que se llevan en el bolsillo.
El estuche en que vienen tiene unos caracteres chinos. He visto unos similares
antes, mi papá me los enseñó cuando trabajaba con los coreanos, un idioma difícil
según él, aunque para mí más que palabras eran dibujos: el perfil de un hombre
caminado, una casa, las ramas de un árbol. Sacó los pañuelos, son blancos y
tienen flores bordadas en colores pasteles. Nunca antes me han regalado algo
así. Oigo como se abre y cierra una puerta. Alguien sube, las pisadas son casi
imperceptibles, como si solo llevara calcetines.
los sonidos de la casa. Nada. Los minutos que permanezco en el umbral de la
puerta me parecen una eternidad. Quizás
no vuelva, pienso, y aunque es una idea tonta, puesto que sus cosas siguen ahí,
no deja de turbarme. Le hice daño, me
digo. Entonces, cuando todo parece un problema enorme veo que bajo la cama hay algo.
Es un regalo, pero no está envuelto en papel, solo tiene una cinta y unos
masticables encima. Son pañuelos de tela, de esos que se llevan en el bolsillo.
El estuche en que vienen tiene unos caracteres chinos. He visto unos similares
antes, mi papá me los enseñó cuando trabajaba con los coreanos, un idioma difícil
según él, aunque para mí más que palabras eran dibujos: el perfil de un hombre
caminado, una casa, las ramas de un árbol. Sacó los pañuelos, son blancos y
tienen flores bordadas en colores pasteles. Nunca antes me han regalado algo
así. Oigo como se abre y cierra una puerta. Alguien sube, las pisadas son casi
imperceptibles, como si solo llevara calcetines.
—Andaba en la feria. —dice tía Nana. Yo estoy
llorando. Se acerca a la cama—Me ha costado mucho llegar ahí abajo— dice riendo
y apuntando su espalda curva.
llorando. Se acerca a la cama—Me ha costado mucho llegar ahí abajo— dice riendo
y apuntando su espalda curva.
—Perdón— le digo sollozando. Ella toma el
pañuelo y me seca las mejillas. Es áspero a la piel y casi no se moja.
pañuelo y me seca las mejillas. Es áspero a la piel y casi no se moja.
—Yo tengo varios iguales—dice tía Nana—me han
servido mucho
servido mucho
Ya nunca vuelvo a estar sola en la casa. Yo
crezco junto a ella y ella envejece a mi lado. “Nos encontramos”, me gusta
pensar, como se encuentran libremente dos niños extraños y juegan toda la
tarde, confiados, lejos de las condiciones de los adultos. Vemos las
teleseries, me trenza el pelo, y hacemos la lista para la feria, en un
principio yo dicto y ella escribe, pero con el paso del tiempo cambiamos los
roles, ella ya no puede escribir y yo ya he aprendido. No conversamos
demasiado, tía Nana sigue siendo una mujer callada. De todas formas no es
necesario, nos entendemos a la perfección, el silencio parece ser justamente el
vínculo que nos une.
crezco junto a ella y ella envejece a mi lado. “Nos encontramos”, me gusta
pensar, como se encuentran libremente dos niños extraños y juegan toda la
tarde, confiados, lejos de las condiciones de los adultos. Vemos las
teleseries, me trenza el pelo, y hacemos la lista para la feria, en un
principio yo dicto y ella escribe, pero con el paso del tiempo cambiamos los
roles, ella ya no puede escribir y yo ya he aprendido. No conversamos
demasiado, tía Nana sigue siendo una mujer callada. De todas formas no es
necesario, nos entendemos a la perfección, el silencio parece ser justamente el
vínculo que nos une.
Donde más tiempo estamos es en la cocina, el
lugar en donde más se la pasa tía Nana preparando las comidas y limpiándolo
todo. También es su lugar favorito, donde más cómoda se siente al hacer y
deshacer. Sabe que está tan segura allí como en un bunker, y yo también me
siento protegida, y hay ocasiones en que
me da la sensación de estar bajo una gran cama.
lugar en donde más se la pasa tía Nana preparando las comidas y limpiándolo
todo. También es su lugar favorito, donde más cómoda se siente al hacer y
deshacer. Sabe que está tan segura allí como en un bunker, y yo también me
siento protegida, y hay ocasiones en que
me da la sensación de estar bajo una gran cama.
A eso de las siete de la tarde, cuando el
atardecer está dorado en verano y naranja en invierno, comienza mi momento
favorito del día. Tía Nana extiende dos o tres toallas sobre la mesa, trae el
cesto de la ropa y enciende la radio. Ella plancha, yo no hago nada, solo estoy
ahí. Escuchamos siempre el mismo programa, una especie de radio teatro que
trasmiten por a.m. Las historias son de suspenso, y despiertan en mí una
curiosidad que tanto me fascina como perturba; me atraen los asesinatos y las
persecuciones, los pasillos largos y sombríos en donde dos desconocidos se
observan. Nos veo a nosotras en la cocina, sin decirnos nada, sumida en las
intrigas de los relatos. El aire es algo sofocante por el vapor de la plancha y
la luz de la tarde se va extinguiendo casi al mismo ritmo con que avanza la voz
del narrador. Todo nos va dejando en penumbras, hasta que debemos prender las
luces y apagar la radio.
atardecer está dorado en verano y naranja en invierno, comienza mi momento
favorito del día. Tía Nana extiende dos o tres toallas sobre la mesa, trae el
cesto de la ropa y enciende la radio. Ella plancha, yo no hago nada, solo estoy
ahí. Escuchamos siempre el mismo programa, una especie de radio teatro que
trasmiten por a.m. Las historias son de suspenso, y despiertan en mí una
curiosidad que tanto me fascina como perturba; me atraen los asesinatos y las
persecuciones, los pasillos largos y sombríos en donde dos desconocidos se
observan. Nos veo a nosotras en la cocina, sin decirnos nada, sumida en las
intrigas de los relatos. El aire es algo sofocante por el vapor de la plancha y
la luz de la tarde se va extinguiendo casi al mismo ritmo con que avanza la voz
del narrador. Todo nos va dejando en penumbras, hasta que debemos prender las
luces y apagar la radio.
La cocina sigue siendo nuestro lugar, pero
ahora tengo quince años, y luego dieciséis, y diecisiete, y las cosas han
cambiado tanto que no sé hasta qué punto sigue siendo la misma casa arrendada,
la misma familia. O tal vez sea que yo estoy muy lejos de la casa y de la
familia. Tengo dos hermanos menores, último intento de mis padres por aparentar
un matrimonio; un papa que trabaja ocasionalmente; y los pasos de mi madre.
Pronto no tendré nada.
ahora tengo quince años, y luego dieciséis, y diecisiete, y las cosas han
cambiado tanto que no sé hasta qué punto sigue siendo la misma casa arrendada,
la misma familia. O tal vez sea que yo estoy muy lejos de la casa y de la
familia. Tengo dos hermanos menores, último intento de mis padres por aparentar
un matrimonio; un papa que trabaja ocasionalmente; y los pasos de mi madre.
Pronto no tendré nada.
Tía Nana se sienta exhausta, frente a ella hay
una pila de ropa planchada y ordenada. El programa radial ya no existe. Estamos
casi a oscuras. Mañana me iré de la casa, y además de unos amigos que me
ayudarán, nadie más lo sabe. A pesar de que tía Nana es la persona a quien más
quiero jamás se lo habría contado. Yo sabía lo que hubiera dicho, “uno debe
estar agradecido”, era lo que solía decirme cuando lloraba de niña o peleaba
con mis padres. Ninguna de las dos prende la luz de la cocina. Permanecemos
calladas más de lo habitual. Pienso que en realidad no hace falta contárselo,
de cierta forma ya lo sabe. Me mira y veo como sus ojos se nublaran de gris, no
un gris de lluvia sino de humo. Será la última vez que estamos juntas en la
cocina y su mirada es una respuesta “esta ha sido mi vida, comprendo que no
todos puedan estar agradecidos”. Nos abrazamos, es nuestra despedida.
una pila de ropa planchada y ordenada. El programa radial ya no existe. Estamos
casi a oscuras. Mañana me iré de la casa, y además de unos amigos que me
ayudarán, nadie más lo sabe. A pesar de que tía Nana es la persona a quien más
quiero jamás se lo habría contado. Yo sabía lo que hubiera dicho, “uno debe
estar agradecido”, era lo que solía decirme cuando lloraba de niña o peleaba
con mis padres. Ninguna de las dos prende la luz de la cocina. Permanecemos
calladas más de lo habitual. Pienso que en realidad no hace falta contárselo,
de cierta forma ya lo sabe. Me mira y veo como sus ojos se nublaran de gris, no
un gris de lluvia sino de humo. Será la última vez que estamos juntas en la
cocina y su mirada es una respuesta “esta ha sido mi vida, comprendo que no
todos puedan estar agradecidos”. Nos abrazamos, es nuestra despedida.
Sabía cómo iba a ser, por un tiempo no podría
tener contacto con ella, sin embargo, además de una llamada desde un teléfono
público, nunca más volvimos a hablar. Fue para su funeral cinco años después,
que volvía a verla, a ella y a mi madre. Lo más difícil de aceptar era que yo
misma había tomado la decisión. Sacrificios, me decía, y seguía adelante con mi
vida, una vida que me pertenecía completamente, o eso creía entonces.
tener contacto con ella, sin embargo, además de una llamada desde un teléfono
público, nunca más volvimos a hablar. Fue para su funeral cinco años después,
que volvía a verla, a ella y a mi madre. Lo más difícil de aceptar era que yo
misma había tomado la decisión. Sacrificios, me decía, y seguía adelante con mi
vida, una vida que me pertenecía completamente, o eso creía entonces.
Algunas noches me despierto y camino descalza
hasta la cocina de mi departamento. Me quedo de pie contemplando por la ventana
enorme que da hacia el sur. A veces pienso que inconscientemente he arrendado
el departamento solo por ese detalle, es un ventanal inadecuado para una
cocina, más grande incluso que el de mi propia pieza, pero me hace sentir
resguardada. Solo aquellas noches puedo recordar a tía Nana. Imagino que aún
ronda por la cocina, y que yo sigo en medio, sin hacer nada, solo estando
ahí.
hasta la cocina de mi departamento. Me quedo de pie contemplando por la ventana
enorme que da hacia el sur. A veces pienso que inconscientemente he arrendado
el departamento solo por ese detalle, es un ventanal inadecuado para una
cocina, más grande incluso que el de mi propia pieza, pero me hace sentir
resguardada. Solo aquellas noches puedo recordar a tía Nana. Imagino que aún
ronda por la cocina, y que yo sigo en medio, sin hacer nada, solo estando
ahí.
Yo era diferente a tía Nana. No me haría
responsable, no haría nada de lo que ella hizo. ¿Y quién podría hacerlo? Preocuparse por las
vidas de todos menos de la propia. Entregarse a los otros, ser olvidada por los
otros y agradecer. Yo no iba a
agradecer, con diecisiete años había decidió que solo debía preocuparme por mí.
Pensaba que podía abandonarlos a todos, arrancar para siempre y desasearme de mis propias acciones. Tenía
la esperanza de poder olvidar, de hallar un consuelo. Estaba segura de que solo
así, la niña bajo la cama desaparecería. En esa época me erguía ridículamente
frente al mundo, creyendo que podría vencerlo y salir ilesa.
responsable, no haría nada de lo que ella hizo. ¿Y quién podría hacerlo? Preocuparse por las
vidas de todos menos de la propia. Entregarse a los otros, ser olvidada por los
otros y agradecer. Yo no iba a
agradecer, con diecisiete años había decidió que solo debía preocuparme por mí.
Pensaba que podía abandonarlos a todos, arrancar para siempre y desasearme de mis propias acciones. Tenía
la esperanza de poder olvidar, de hallar un consuelo. Estaba segura de que solo
así, la niña bajo la cama desaparecería. En esa época me erguía ridículamente
frente al mundo, creyendo que podría vencerlo y salir ilesa.
Confiésalo.