Por Mauricio Aravena Z
Una noche de estas
Entro a mi departamento y está todo abandonado, como una escenografía de un programa antiguo. Que fue. Dejo mi bolso donde puedo y respiro el afixiante aroma que me recuerda lo que tanto odio. Detesto estar así, como un payaso sin función. Pero tampoco me dan ganas de hacer mucho, ni de pensar que mañana tal vez lavaré los platos; llevan ahí un par de semanas cultivando hongos. Entrando por el pasillo central, a mano derecha, aparecen los flash de la última vez que estuve en mi pieza, sacando el closet completo para reposar encima de mi cama. No sé por qué lo hice pero está hecho. Abro las cortinas, las ventanas y ya son las 19:30 de la tarde. Uno no puede recomenzar a esta hora. Fumar no estaría mal, contaminar lo que ya está mezclado no tiene mayor ciencia y lo hago, cuando inhalo la primera calada la parte derecha de mi frente siente ese dolor incipiente que me viene a veces. Me harté. Ya no va más. Lo apago, saco del estuche el cedé que viene en mi bolso y presiono play. Voy a ver cómo me va con Remezón.
Suena como un rock antiguo, medio argentino, no sé. Igual me da lo mismo a lo que se parezca. Está bien, lo que ahora me importan son las letras, quiero que alguien me diga algo. Cualquier cosa, bien o mal, que el desastre que tengo valga la pena o no. Y ese comienzo significa, por lo que veo, cero llamadas a mi celular. Como que estoy solo. Me acerco al equipo y dispongo a decisón de él, el orden de las canciones. Shuffle esta bien mientras levanto unos calcetines rosados con bordes rojos, sucios. Los huelo y retumba Karma (track 05). Por favor no me vengan con esas cosas ahora: “quiero sentirme ligero para poder disfrutar. Por tenerte a mi lado mi vida no va a cambiar”, lo peor es que aún les queda algo de su olor. Cresta y la cresta mil veces.
Salgo al balcón, muy video clip con el atardecer. No me gustan ese tipo de escenas porque no existen, como que las cosas son más crudas, verdes con blanco (los poros de los platos) o cubiertas con una capa gris que si le paso el dedo podré escribir algo en el sofá. No quiero encender ninguna luz. Prefiero ver cómo desaparece la escenografía una vez más, mientras el parlante con los bajos altos, retumba como en una grabación de tocata.
“Aprendí que la insolvencia no es castigo, el castigo es el olvido” (track 12). Una noche de estas creo que haré algo más que la inmovilidad. Levantaré un brazo para lavarme la cara. Pero hoy no. Entiendo que estas cosas pasan, a diario, mil veces peor. Eso de estar solo para mí, que nunca lo he estado, es un ramo que boté en algún momento pero que ahora tengo que pasar. Pero primero y por obligación, lo tengo que tomar. Muy mal hecha la malla. Déjala rodar (track 01), ¿a quién, a ella de los calcetines sucios, a la pelota que no tengo, a la malla? Ahora que suena algo más movido, AGRADEZCO al japonés por inventar un Sony empático. Pero a veces “duele tanto querer ser feliz” (track 10). Me llama la atención que nombren Santiago a una canción. No es una cuidad cualquiera, si no la que veo desde mi balcón, ya de noche, mientras el foco del poste de abajo no quiere encender. Es la misma que me molesta, me carga porque pienso que lo peor está acá dentro, en mi departamento. Entonces se me repite la sensación de estar con mi mejor pinta y verme pésimo.
Pero no todo está acabado. A mi favor, no tengo rasgos de ser un prototipo de dios; a mí me han hecho en producción masiva, como un pastel de piña que lleva tres días en el estante y al que están apunto de cambiar la fecha de vencimiento. Un engaño más. Remezón, o sea, Sepúlveda, Ferrada, Villagra, Vicent y Franzani me caen bien porque no tienen mucho que perder con su disco. Aquí está y siempre estuvo puntual. Hacen lo que hacen porque creo, les gusta. A mi no me gusta mucho lo que veo aquí dentro, pero por lo menos tengo a alguien, a parte de mi cabeza parlante, que me dice que filo, hay más.
Remezón en vivo!

