
Por Felipe Rodríguez y Mauricio Aravena
“SPIDER-MAN”
Todos en la Vega Central conocen a Fernando Araya, el “Spider-man”. Ya saben como tratar con él para que no ocupe sus súper poderes: basta con un cigarro y un café para que el compañero de “El Inmortal”, su fiel amigo, no garabateé a quién se le cruce por el camino. Muchas veces, el enojo de este arácnido personaje ha llegado a sus extremos; tanto así que la seguridad del recinto no ha podido atrapar a éste defensor de su “causa personal”: la televisión ochentera. “Dejé de ver televisión a los 15 años, pero Spider-Man soy yo, eso sí no sé por qué no tengo tela-araña en mis manos, ni escalo murallas”.
Su esquizofrenia permite que cada cierto tiempo lo internen y desaparezca de la Vega por un par de semanas. Cuando vuelve, se junta con su amigo “El inmortal” y duermen en el terreno donde, según los locatarios, antes del incendio estaba su casa. Él eso sí, me recalca que hay noches demasiado heladas y las pocas frazadas no son suficientes: “por eso que a mi amigo le digo el inmortal, porque nunca tiene frío”. Físicamente, su escasa vestimenta y aseo personal provocan reacciones encontradas en quienes van a comprar a este céntrico lugar. Fácil es distinguir de quiénes simplemente se alejan de él y de otros que ni siquiera notan su presencia, pero Araya no se hace mayores problemas, asegura que se baña bien seguido y cuando puede, compra ropa nueva para no verse tan mal. Aunque la realidad es otra: Araya vive de unos pequeños ingresos que provienen de una pensión que recibe mensualmente, pero su hermano la cobra y sólo le da siete mil pesos para sus gastos personales. Es en este tema donde se altera y grita para expresar su rabial: “¡Na que ver que me deje pato, viste que después tengo que andar pidiendo plata y no me gusta!”.
La mayoría de los comerciantes conocen su situación, por lo que lo ayudan en la medida de lo posible. Eso sí, indiscutiblemente entre tanto personaje dando vueltas, como el “dientes” (cada vez que saluda, se saca la placa inferior de su boca), Araya es lejos el más querido: “aquí la gente conversa mucho conmigo y me regalan café ¿te gusta el café? Y a veces unos cigarros para el camino, viste que fumo. Si yo no ando robando ni nada de esas cosas”. A sus cuarenta y cuatro años sabe cómo funcionan las cosas en este micro mundo. Tiene claro por donde ir y por donde simplemente no tiene que pasar. Durante todo el tiempo que lleva cohabitando la Vega Central y a pesar de sus dificultades, el Spider-Man es más que un personaje freak: se ganó el cariño y la aceptación del entorno que lo rodea.
“EL MAGO”
Algo de similitud tiene el “Mago” Valdivia y el “Mago” Jiménez con Roberto Jacob Helo de 87 años: el balón pie. La diferencia está en que éste último es el “Mago de la Polla Gol”. Para los que no saben, la Polla Gol es un juego de azar pero en vez de números, se apuestan por los resultados de los partidos de fútbol. Hecha la aclaración, Roberto Jacob en la década del 70 hizo lo que nadie hasta el momento ha podido hacer: 94 aciertos de 13 puntos, ganando un premio máximo de 8 millones de pesos (para esa época, una gran cantidad de lucas). A tanto llegó la efervescencia por saber el truco de este hombre, que la gente comenzó a perseguirlo para que le diera su secreto: el paseo Ahumada fue su epicentro y las filas no se hicieron esperar. Las personas esperanzadas esperaban para que el “Mago” rellenara sus cartolas del juego y así poder acertar con los resultados. Su fama aumento y se ganó las portadas de diarios y comentarios en las principales radios del país. Inevitablemente los años pasaron, el juego desapareció y con él, el mito viviente del hombre “más afortunado de Chile”. Hasta ahora.
Hace cerca de un mes y con la Polla Gol nuevamente en las canchas, Roberto Jacob volvió al centro de Santiago. El paso del tiempo lo ha marcado indiscutiblemente: sufrió de un tumor a la próstata, tiene dos hernias testiculares, sobrevivió a dos infartos y quedo con su pierna y brazo izquierdo semi paralizados. Como si fuera poco le dieron la extremaunción. Al parecer mucha suerte tiene en el juego pero poca en la salud. Pero como la vieja costumbre de un anciano, que se niega a desaparecer, “El Mago de la Polla Gol” reaparece todos los días jueves y viernes por la que fue su antigua “oficina” de trabajo con la aspiración de compartir algo de la suerte que lo convirtió en “El Mago”. Suerte representada en pequeñas papeletas de La Polla Gol rellenadas, que aseguran tu afortunado porvenir.
“EL INGENIERO”
Carlos es un tipo culto, conoce a la gente y conoce los negocios. Habla perfectamente el español y el inglés. Estudió Ingeniera Comercial y siempre viste de terno y corbata. Camina con seguridad para saludarte de un fuerte apretón de mano y entre sus labios mostrar su gran sonrisa, bueno al menos eso es lo que tendría que haber en el lugar de aquel profundo y oscuro agujero. Los pocos dientes que le quedan, amarillos por el café y el cigarro al igual que sus dedos, contrastan completamente con el hombre de negocios que asegura ser. Sin embargo, Carlos Vidósola es más que números u hoyos. Luego de pasar por un cuadro de esquizofrenia grave que además se complico con bipolaridad, Carlos cambió radicalmente, aunque haga todo lo posible para que no sea así, su rutina y vida.
No se puede asegurar qué tanto de su historia es verdad, sin embargo, hay hechos concretos que te hacen creerle. Pero su historia tiene tanto de increíble como inverosímil.
Carlos estudió, según él, Ingeniera Comercial en la Universidad Católica de Valparaíso, llegó a Santiago por una pega y acá se quedó. Le iba bien, ganaba buenas lucas y además era soltero, entonces vivía cómodo y sin apuros. Luego de varios problemas personales que evita evocar, Carlos intentó varias veces el suicidio lo que condujo a complicársele un cuadro de esquizofrenia hereditario. Pidió la jubilación anticipada por incapacidad y de ello vive hasta hoy. Sin embargo, hay costumbres que aún no puede dejar. Por ejemplo, Carlos no puede dormir en otro lado que no sea un Hotel, es más, no puede dormir en el mismo hotel dos noches seguidas, por lo que está cambiando constantemente de lugar. También, todos los días se va a dar una vuelta por el Banco Central para codearse con quienes serían sus colegas si jamás hubiera jubilado. Le gusta esa vida, le gusta la vida que según él “le arrebataron”.
Adicto al café como nadie toma al menos 9 tazas al día en distintos lugares de la capital. Duerme sólo 5 horas diarias. Pues debe ir “al trabajo” por la mañana siguiente. Necesita mantener su rutina laboral imaginaria. Para sentirse cómodo y útil.
A pesar de tener la jubilación Carlos asegura que él trabaja para que le paguen, por lo mismo es que sigue yendo al Banco Central y en su maletín un montón de “pega pendiente” que no alcanza a terminar en su horario de trabajo. Vive su fantasía, vive su vida pasada, que le pena la conciencia día y noche. Y que pretende, como todos, seguir viviendo su vida como si nada hubiera pasado. Como si jamás hubiera jubilado, ni perdido a todos sus amigos y familia, ni perdido lo que al fin y al cabo es lo más importante para él, su vida.